miércoles, 9 de mayo de 2007

¿Yo? Que va...


Me dan cien patadas en el alma aquellos que tratan de convencerme de que nunca, por Dios -si es una mierda-, ven la televisión. Esos, sospecho, dicen odiar la televisión porque esperan demasiado de ella, o la ven y se sienten derrotados, heridos en sus cultas personalidades por haber osado encenderla. Todos ellos morirán de ironía porque dicen, y así lo señala David Foster Wallace: «¿Cómo se puede ser un iconoclasta bona fide cuando Burger King vende aros de cebolla con eslóganes como "A veces hay que romper las reglas"?».

He tomado esta reflexión de su ensayo E unibus pluram, el mejor que he leído en los últimos años sobre el particular. Depara una conclusión tan inocente como desesperada:

"Los rebeldes verdaderos, por lo que yo sé, se arriesgan a ser desaprobados. Los viejos rebeldes posmodernos se expusieron a los chillidos del asco: al horror, al disgusto, al escándalo, a la censura, las acusaciones de socialismo, anarquismo y nihilismo. Los riesgos actuales son distintos. Los nuevos rebeldes pueden ser artistas que se expongan al bostezo, a los ojos en blanco, a la sonrisita de suficiencia, al golpecito en las costillas, a la parodia de los ironistas y al oh, qué banal. A las acusaciones de sentimentalismo y melodrama. De exceso de credulidad. De blandura. De dejarse embaucar de buena gana por un mundo de mirones y seres acechantes que temen al miedo y al ridículo más que al encarcelamiento sumario".

No me gusta el esnobismo a costa de la televisión. Es un rencor muy extendido, tan manipulable como esas audiencias que esos mismos ilustrados califican de idiotas.

No hay comentarios: