20 print” En 1984, yo tenía ocho años y unas ganas tremendas de tener un ordenador. Esas máquinas no eran entonces lo que son hoy, unos cachivaches potentes, rápidos, con una capacidad de disco digna de Funes el Memorioso, el inolvidable personaje de Borges. En aquellos años no tenían disco duro y apenas servían para ejecutar juegos primitivos. Tampoco poseían sistema operativo y, cuando los encendías, lo único que aparecía en el monitor era un mensaje de bienvenida con los datos del fabricante, el año de ensamblaje y un cursor parpadeante invitándote a escribir un comando que lo sacara de su fosforescente estupefacción.
Load comillas comillas (Enter)
De esta manera se ejecutaban los programas en el ordenador de mi primo Toño, un ZX Spectrum 28k, que tenía las teclas de goma y una inveterada costumbre para colgarse en mitad de un programa. Cuando así ocurría, siempre surgía el mismo mensaje en pantalla: «Load error b». Lo que suponía que había que empezar desde el principio. Era muy tedioso cargar un programa. Aún no existía el disco flexible y había que hacerlo con cintas interminables que cargaban a la velocidad de un mono perezoso.
Mi primer ordenador, un Amstrad 472, tenía casete incorporado y no solía fallar, aunque también tardara lo suyo en ejecutar, pongamos por caso, el juego de Bruce Lee, el primero que me compré y el primero que pude haber terminado. En cualquier caso, aun siendo máquinas muy interesantes, mi generación se ha educado en los recreativos.
Estos lugares, que entonces proliferaban, viven hoy un lento pero inexorable declive. Antaño solían reunir a una clientela varia que solía practicar una suerte de culto al píxel animado. Sigurd y yo compartimos esa nostalgia de largas tardes de domingo, cien pesetas en los bolsillos, jugando al Supermario Bros. Así que me lo subo a casa y durante un par de horas –Xbox mediante- recuperamos esas tardes perdidas, gozando de nuestra puerilidad, como niños desdentados y desobedientes.
- Yo nací –perdonadme- con el Pac-Man (diría Alberti ahora).”
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De esta manera se ejecutaban los programas en el ordenador de mi primo Toño, un ZX Spectrum 28k, que tenía las teclas de goma y una inveterada costumbre para colgarse en mitad de un programa. Cuando así ocurría, siempre surgía el mismo mensaje en pantalla: «Load error b». Lo que suponía que había que empezar desde el principio. Era muy tedioso cargar un programa. Aún no existía el disco flexible y había que hacerlo con cintas interminables que cargaban a la velocidad de un mono perezoso.
Mi primer ordenador, un Amstrad 472, tenía casete incorporado y no solía fallar, aunque también tardara lo suyo en ejecutar, pongamos por caso, el juego de Bruce Lee, el primero que me compré y el primero que pude haber terminado. En cualquier caso, aun siendo máquinas muy interesantes, mi generación se ha educado en los recreativos.
Estos lugares, que entonces proliferaban, viven hoy un lento pero inexorable declive. Antaño solían reunir a una clientela varia que solía practicar una suerte de culto al píxel animado. Sigurd y yo compartimos esa nostalgia de largas tardes de domingo, cien pesetas en los bolsillos, jugando al Supermario Bros. Así que me lo subo a casa y durante un par de horas –Xbox mediante- recuperamos esas tardes perdidas, gozando de nuestra puerilidad, como niños desdentados y desobedientes.
- Yo nací –perdonadme- con el Pac-Man (diría Alberti ahora).”
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