lunes, 21 de mayo de 2007

De ratones y hombres


“De mí sé decir que nunca aprendí nada de nadie que llevara las uñas limpias”, confiesa Juan Lobón, furtivo cazador en la novela que publicó en 1967 su creador, el hoy desconocido Luis Berenguer. Narrada en primera persona, El mundo de Juan Lobón, es una “fábula, que estaba, a medio tiro de escopeta, dispuesta a dejarse matar por el primero que apretara el gatillo”.

La figura del cazador furtivo, hombre que sobrevive de lo que le ofrece el monte, constituye un arquetípico personaje nacional. “Los bichos montunos son de todos y de nadie: del que los trinca. No hay castigo por matarlos”, declara Juan Lobón, ofreciendo al lector unas advertencias que se nos antojan una suerte de decálogo sobre su ilegal vida venatoria.

Esto me recuerda al furtivismo que ciertos humanos practican en el interior de Er Güishi, un furtivismo de mirada torva, un poco revirada, que tratan de aliviar con tocamientos casuales y apostura de galán de centro comercial. Tiene su gracia el verlos, sobre todo si piden un Cardhu –que se note la pasta-, mientras se acodan con cierto fatalismo en una mesa. Los hay discretos, con aura entre descarriada y lamentable, que apuran durante una hora la misma caña.

Lo decía Maese esta mañana:

- Esta semana se ha notado que es primavera. La gente está muy alterada.

Tiene, sin duda, toda la razón. Y los furtivos, que conocen bien las presas de cada temporada, se frotan las manos ante sus turbias fantasías de erotismo.

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