lunes, 21 de mayo de 2007

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No me gusta nada esa bebida que anuncio por televisión. Y no es la primera vez que presto mi imagen para promocionar un producto. El año pasado, sin ir más lejos, dije: ­­“Suave y peligroso como una pantera­”. Y, efectivamente, el coche era suave y peligroso y, aunque no sepa conducir, puedo dar fe de que el coche se comportaba como una pantera, aunque vete tú a saber cómo se comportan verdaderamente esas fieras. La bebida que ahora anunció por televisión no es “antártica”, de la misma manera que no puede ser “el nuevo sabor para el nuevo refresco del siglo XXI”. A mí, desde luego, no me parece que ese brebaje absurdo vaya a tener éxito, no al menos en nuestro país, para el cual yo soy la imagen de la bebida y resulto genialmente romántico, con un elegante brillo de galán despreocupado cuyo rostro tintinea cuando revela su sonrisa maduramente joven.

Soy pura demografía. Represento a millones de ciudadanos ansiosos por acumular experiencias y, en la medida que yo puedo halagar sus insaciables egos, mi responsabilidad es indiscutible. A través de la hipocresía y la pretenciosidad del mensaje que ofrezco no cabe una posibilidad de verdad. El problema es cómo educar en la auténtica superioridad a toda esa legión empeñada en destacarse del resto. ¿Cómo ser un rebelde auténtico si una conocida marca de colonia afirma que “en ocasiones hay que ir contracorriente”? Es del todo imposible que la gente se vuelva más crítica con la cultura televisiva cuando lo grotesco es un imperativo categórico. La bebida que anuncio es mala, pero ayer el director de la campaña, eufórico, me llamó para comunicarme que quieren hacer un segundo anuncio. La bebida no se vende, pero a todos ha gustado esa imagen que ofrezco de moderno bon vivant que siempre se sale con la suya.

La bebida es rematadamente repugnante. Pese a todo, me temo, la gente tarde o temprano empezará a beberla.

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