Parapetado tras sus gafas de cristales ahumados y en un día de diario, puede parecer que Nuestro Hombre en la CIA acaba de salir de su bufete o de uno de esos babilónicos edificios que vigilan la Castellana con sus delirantes líneas que imitan un Manhattan de recortable. Jimmi, que es literalmente un hombre de mundo, prefiere estos andurriales de parte de sucesos donde el único horizonte lo señalan las meadas de ciertos individuos –los inevitables borrachos por supuesto- que gustan de miccionar en plena calle, a ser posible con la novia vigilándoles el miembro, y que bajan entre felices y tontos a codearse con la miseria –pero, ojo, sin tocar- que tanto gusta a ciertos moderniquis a la páge. A Jimmi le gusta Lavapiés por muy otras razones, que yo en seguida enumeraré:
- Las chicas, por supuesto, de las más guapas e interesantes que podría uno conocer. La mía, por supuesto, la primera. Ya habrá tiempo de escribir un post dedicado a este tema.
- Las chicas, por supuesto, de las más guapas e interesantes que podría uno conocer. La mía, por supuesto, la primera. Ya habrá tiempo de escribir un post dedicado a este tema.
- Ese tempo horaciano, que tanto gusta a las personas propensas a la conversación y el cachondeo. Jimmi es más de lo que podría parecer, pero no le importa y ni siquiera lo intenta.
- Claro, Er Güishi, donde se deja caer con inesperada regularidad. Es su headquarter donde perpetra las más divertidas conspiraciones en torno a un vino de Cádiz.
Jimmi ha vivido varios años en Praga, otros tanto en Azerbaiyán, pero ha nacido en Uttica. En la actualidad, lo hace en esta antigua judería madrileña con una jovialidad típicamente estadounidense. Los fines de semana, desterrado el terno, podría parecer uno de esos jóvenes universitarios de Nueva Jersey, el estado jardín, que se sacan unos pavos pintándole la cerca de madera a la señora Peabody. Es curiosa la cantidad de películas que cuentan con un señor o señora Peabody, pero pocas, muy pocas, que hablen de gente como Jimmi.
No le cae nada bien el Memo. Esto, siendo estadounidense, no es como escupir en la calle, pues se declara republicano. Yo creo, inspirado siempre por mis fallidas intuiciones, que a Jimmi le gusta Roosevelt. En cualquier caso, lo suyo no es la política. Lo suyo es hablar en ruso a deshoras, cantar en grupos por pura diversión y bailar hasta la extenuación con P. le Grand, La Tabernera de la Isla, Mr. Brody y un servidor, como hicimos este pasado sábado en el Badulaque, en plena inauguración, y provocando de todo en el personal: cachondeo, sí; asombro, sí; pero también ese tibio rencor que proyectan a ciertas horas ciertos buitres que acechan a su presa y, tú, pedazo de cabrón, sin querer, le estás jodiendo el plan. En fin, que bailamos como bacantes en torno al fuego de la amistad, sin molestar a nadie, absortos en nuestro éxtasis dionisíaco.
Niños buenos que recuperan lejanas alegrías moviendo el esqueleto a ritmo de la Motown.
Cuando baila, Jimmi parece una estrella de rock de los sesenta: espontáneo, energético y muy osado. P. le Grand tiende más a los Clash, levantando las rodillas y meneándose desafiante ante un público femenino que alucinaba con sus evoluciones coreográficas. Por su parte, La Tabernera de la Isla, no tuvo empacho en quitarse sus sandalias para herir el suelo con pasos de corista alemana que se niega a bailar con un guapo oficial de la SS. Y qué decir de Mr. Brody, que se ha iniciado en los malos hábitos de escribir en un blog, tal vez como consecuencia de ese sábado de madrugada en que la alegría, fuerza mayor, nos deparó un buen recuerdo que aún hoy saboreamos.
Por cierto, pasen y vean el blog de Nuestro Hombre en la CIA.
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