lunes, 28 de mayo de 2007

Insert Coin (I)

Cada día estoy más convencido de que las grandes narraciones no las produce ni el cine ni la literatura. Se están produciendo en estos momentos en los departamentos de producción de las compañías de videojuegos. Sé de amigos a los que mis palabras les parecerán exageradas, necias o perfectamente vanas, pero mi convencimiento me lleva a explicar las razones de esta conclusión.

A los aficionados a los videojuegos les ha pasado lo que a Azorín con el cine: en ocasiones han experimentado su afición como una pasión vergonzante. En aquellos años, los años del escritor alicantino, el cine carecía del dorado prestigio que goza en la actualidad, tan llena de cultísimos cinéfilos que no se pierden una. Cada época tiene sus Moloch, y la nuestra lo ha encontrado en esta forma de expresión que muchos dudan posea virtudes artísticas.


Los videojuegos, en efecto, poseen cualidades artísticas, pero no hay un Umberto Eco, un Marshal McLuhan o un François Truffaut para darle una pátina culturalista a este fenómeno tan característico de nuestra época. La crítica de videojuegos, cuando es positiva, apenas se dedica a ensalzar las características técnicas del producto. Cuando es negativa… Entonces no falta quien alce la mano para advertir sobre su propia naturaleza corruptora, su virtualidad platónica y el resto y lo demás. Son como eunucos hablando de doble penetración.


No me interesa convencer a todos aquellos que jamás se han echado una partidita al Tetris, videojuego que desde su génesis encerró todas las contradicciones de la época en que se creó (su autor, el matemático ruso Alexei Pajitnov, vendió la patente al gigante japonés Nintendo por una suma ridícula, en una época especialmente difícil para el régimen soviético). Mi finalidad no es dignificar un medio que ya factura más dinero que la industria del cine.


No soy un otaku (1), mi vida es ridículamente normal y me gustan los videojuegos por la sencilla razón de que son muy entretenidos. Como un buen libro de poemas, como una película de Rohmer, como un lienzo de Caravaggio.


El problema es que lo ignoramos todo sobre el mundo del videojuego. Incluso aquellos que pasan horas jugando a sus videojuegos favoritos ignoran mucho de lo que sucede en torno a ellos. En nuestro país, lo peor no es nuestro desconocimiento, que es total, sino la displicencia y ligereza con la que se ha tratado el asunto. La historiografía, las instituciones, las universidades (exceptuando la Pompeu Fabra, que ya posee una cátedra en creación de videojuegos) han obviado sistemáticamente una realidad aplastante: el talento ha empezado a emigrar. Y no precisamente a nuestro país, el mismo que en los años ochenta era toda una potencia creadora en lo que a computación doméstica se refiere, cuando más de una docena de compañías (Dinamic, Ópera, Topo, etc), fundadas por jóvenes visionarios, dominaban los joysticks de toda Europa.


(1) Otaku (o ikikomori). En Japón, se denomina así a los individuos que no salen nunca de casa. Parece ser que la extrema presión a la que se someten los jóvenes nipones en sus colegios y universidades de cara a su futura vida de adulto, les ha llevado a muchos a negarse a salir de su habitación. Hay más un millón de jóvenes otakus en Japón y el fenómeno ya se considera una epidemia. Tradicionalmente, se les considera unos fanáticos del manga, del anime y los videojuegos. En Europa posee otras connotaciones y define al "freak" que se alimenta de cualquier tipo de subcultura, ya sean videojuegos, juegos de rol, comics, etc.

Un viejo amigo


“El hombre desea convertirse en macho dominante. Mira a tu alrededor” –me dice, extendiendo el brazo. “¿Crees que no deseo copular con el mayor número de mujeres de este lugar?”

No le respondí nada. Preferí seguir escuchando su discurso, una mezcla de nihilismo autocompasivo y agresiva teoría social con el que trataba de justificar su cáncer emocional. Era un tipo discretamente amargado que hacía un año se había separado de su mujer y a la que se suponía ya había perdonado.

Ella ganaba más que mi amigo, ya que su ascensión laboral fue progresiva y ascendente. Comenzó como telefonista en una empresa de telecomunicaciones. Pasaba diez horas al día resolviendo lo que se conoce como incidencias. La llamaban tipos con problemas diversos, habitualmente técnicos, que resolvía a través de unos complicados diagramas de flujos que explicaban los pasos que debía seguir el cliente. No era nada complicado. Sólo en pocas ocasiones la mujer de mi amigo tuvo que improvisar soluciones no específicas. Así, en pocos años consiguió convertirse en directora regional de su empresa.
¿Era entonces una cuestión de dinero?

Mi amigo era demasiado perezoso, demasiado indiferente para sentirse acomplejado por el insondable abismo económico que los separaba. Como redactor en la versión digital de un conocido diario de economía, mi amigo tenía un sueldo mediocre y poca relevancia social. Ella, en cambio, parecía que tenía un futuro prometedor y un sueldo absurdamente alto. Un año después de contraer matrimonio, su relación se fue a pique después de descubrir decenas de conversaciones que mantuvo en un chat con una chica que se hacía llamar Kreia.

Mi amigo, al que advertí en su día del peligro que podría correr, olvidó borrar los archivos de registro del programa que empleaba para perpetrar sus infidelidades.

−Aunque nunca la vi en persona, aquello fue peor que si me hubiese pillado con ella en la cama. Nuestra relación sólo había durado un mes, pero el contenido de aquellos archivos era irrefutable. Había contado con pelos y señales todas las miserias de mi vida con ella, me quejaba de sus manías y esa forma de humillarme todos los días con mis fracasos. Dejé de dibujar, que es lo único que de verdad me ha interesado. Dejé de ver a los amigos. Todo por ella. Y luego va y me pilla hablando con una tía a la que sólo he visto en fotos.
Aquel suceso, comentaba con resentimiento, fue la excusa perfecta para que la pudiera abandonarlo sin culpa. Su fracaso, que en cierta manera era el mío, estaba acabando con su vida. Había perdido peso, pero su aspecto desfondado, su evidente desaliño mostraban los signos de una recuperación lenta y difícil. Llevaba un año sin follar y eso, insistía, le parecía insufrible.

Según su teoría, los grandes perdedores de nuestras sociedades son perdedores sexuales. Dinero, poder, éxito, amistades… Todo los dones que nos puede ofrecer la vida sirven para un único fin. “Somos así de primitivos, porque todo se reduce a eso, convertirse en el macho dominante de la manada”.

Ya había leído algo parecido a eso en Ampliación del campo de batalla de Houllebecq, sólo que ahora, cara a cara con mi amigo, aquella extraña teoría etológica cobraba un sentido más personal.

−Mírame. ¿Qué crees que me depara el futuro? Tengo treinta y ocho años y ya no me quedan fuerzas. No he conseguido nada. Miro a mi alrededor y sólo veo niñatos que lo pasan mucho mejor que yo. Cuando alguna noche me animo y salgo de copas, me doy cuenta que no tengo nada que ofrecer. Sé la impresión que produzco, sé que, cuando alguna chica me mira, me descarta inmediatamente. Tengo un convincente rostro de fracasado y las mujeres, ya lo sabes, huyen de los de mi especie. Al menos aquellas chicas que podrían interesarme. Nunca he sido guapo y tú me conoces. ¿Me has visto alguna vez con chicas poco atractivas? Pues no me queda otra. A partir ahora, acostúmbrate a verme con chicas que avergonzarían a los gorilas.
Por supuesto, traté de convencerle de lo contrario, ofrecerle otra perspectiva, aunque sin mucho convencimiento. Dijera lo que dijera, aquellos pensamientos eran el resultado de una lenta y minuciosa destilación de los negros humores de su experiencia. Poco había que hacer. Yo traté de explicarle que en estos casos es peligroso postular teorías sobre el mundo cuando uno está en horas bajas. Corres el riesgo de distorsionar la realidad, insistí.

Pero para eso están las teorías, para huir de la infelicidad, que en mi caso es progresiva y sistemática. Lo peor de todo es que, venido el caso, no sería capaz de suicidarme. No sería necesario. Sé que puedo tragar más mierda, porque comprendo que mi caso no tiene ninguna relevancia. No es trágico. Sólo tengo que ir dejándome consumir, muy despacio, como Bartleby el escribiente.
No lo decía en serio. Desde nuestra época de estudiantes, sabía que su principal defecto o virtud –según las circunstancias- era su extrema capacidad para adornar con literatura cualquier acontecimiento de su vida. Sensible en extremo a los encantos retóricos de sus escritores favoritos, mi amigo era incapaz de reconocer que la realidad no se teje con palabras precarias. Así fue viviendo, como un difuso personaje sobre el teatro de sus propias confusiones, y hasta allí había llegado en su torpe carrera como segundón de novela. Lo extraño es que nunca hubiese intentando escribir aquellas chaladuras suyas, plasmarlas sobre un papel como otros lo habían hecho.

- No, nunca podría escribir nada de lo que me sucede. Lo dijo Gil de Biedma, aunque con otras palabras: no quiero ser poeta. Prefiero ser poema.

Víctor Botas

Bendita sea la madre que te parió. Benditos
tus ojos, expertos en la busca. Y tus manos
morenas. Y tu pelo de Estigia,
largo como las noches de los viejos. Benditas
tus caderas, regias y jubilosas,
ceñidas de inquietud.

Bendita toda tú.
Porque te vi pasar, y temblé como rama en la tormenta.
Porque te vi reír, y llore (emocionado) igual que un crío.
Porque gracias a ti me olvide por completo
de estas tercas, furiosas almorranas.

Víctor Botas es uno de mis poetas favoritos. Este poema pertenece a su libro Aguas mayores y menores, donde el poeta, romántico de clase media, nos muestra sus obsesiones: las puyas del deslenguado Marcial, las retorcidos fraseos de un Borges al que plagia con descaro y convicción, y lo mejora; el prólogo dedicado a Alfonso Guerra, en el que se pitorrea de Quevedo (y de Alfonso Guerra); su ironía culturalista, capaz de mostrarnos a un hombre que desprecia el oropel de la vida contemporánea y se burla de aquellos que no lo hacen. Lo vemos en la sátira No ser en modo alguno, cuando dice:

Qué bueno
no ser en modo alguno
imprescindible
como lo son tantísimos
Sin duda
ha de ser agobiante ese saberse
necesario
como el insomne dios de los teológos.

El requiebro humorístico también encuentra su momento. Lo vemos, por ejemplo, en In fraganti:

Al fondo del jardín
bajo las flores blancas del magnolio
estival
en cuclillas recuerdo
la sorprendí orinando

Se tapó como pudo (pero no
del todo, por si acaso)
y se puso a empujar gimoteando
para acabar primero
Tenía enormes pechos y mirada chiquita

Justo
al contrario de como a mí me gustan

Fue una pena.

Víctor Botas fue un poeta tremendo, pero no fue en modo alguno un poeta profesional. La mayor parte de su vida trabajó como abogado. Alguna vez se quejó de su situación, nos cuenta el poeta y crítico José Luis García Martín, su amigo en la tertulia del café Oliver. Han pasado casi quince años desde la muerte de este hombre que se disfrazaba de hombre común, como Joubert, y sabía recrear, solemne, algunos de los mejores poemas de todos los tiempos: de John Donne pasando por Jorge de Sena. Leerlo nos cura de la mala retórica, de los malos poetas y de nosotros mismos, los peores de todos. La editorial Llibros del Pexe ha editado su poesía completa. Echenla un vistazo. Si gustan.

martes, 22 de mayo de 2007

Una recetita

Esta es una receta de mi colección personal, pero voy a compartirla, ea. Es para que tengáis una opción sencilla para impresionar a vuestros invitados alguna vez.

ENSALADA DE CALABACINES

Se cortan lascas muy finas de calabacín (con un pelapatatas por ejemplo), y se asan durante un par de minutos -el calabacín no necesita cocinarse mucho tiempo-. Se echan en una ensaladera, mezclándolos con trozos de tomates secos. Esto se aliña con sal, pimienta, aceite, limón y hierbabuena (la buena hierba pal postre). Mezclar bien, y si apetece añadir mozzarella fresca.
Mmmmmmmm... ¡que aproveche!

lunes, 21 de mayo de 2007

Yo cito, tú citas, él cita

Un grupo de activistas políticos trataba de mostrar al Maestro cómo su ideología podría cambiar el mundo. El Maestro les escuchó atentamente.
Y al día siguiente dijo: "La bondad o la maldad de una ideología depende de las personas que hagan uso de ella. Si un millón de lobos tuvieran que organizarse en favor de la justicia, ¿dejarían de ser un millón de lobos?". Anthony de Mello.

Acabo de leer en Internet que La Sagrada Congregación para la Doctrina de La Fe, presidida por el entonces cardenal Monseñor Ratzinger, decretó en agosto de 1998 que la obra del jesuita Anthony de Mello es incompatible con la fe católica y causa de "grave daño" para los fieles. La condena se basa en que el jesuita utiliza la mística de todo el mundo para transmitir un mismo mensaje; en general habla de meditación, iluminación, autoconciencia y el espíritu, aunque todo se resume en una enseñanza: cómo ser mejor ser humano. Y esto es un grave daño para la Iglesia.

Ya sé, ya sé que no es un tema a gusto de muchos lectores de este blog, peeeeeeeero es que los libros de este hombre me han enseñado mucho, y se me han removido las entrañas cuando he leído ese "decretazo".

La próxima vez el tema será terrenal. O no, depende.

Toma ya


«Como en España no se vive en ningún sitio», escucho con demasiada frecuencia. No me interesa la veracidad de esta afirmación –indemostrable-, sino el grado de obscena complacencia con la que alguien la pronuncia y, por supuesto, la inevitable circunstancia de fruición gastronómica que la acompaña.

De ratones y hombres


“De mí sé decir que nunca aprendí nada de nadie que llevara las uñas limpias”, confiesa Juan Lobón, furtivo cazador en la novela que publicó en 1967 su creador, el hoy desconocido Luis Berenguer. Narrada en primera persona, El mundo de Juan Lobón, es una “fábula, que estaba, a medio tiro de escopeta, dispuesta a dejarse matar por el primero que apretara el gatillo”.

La figura del cazador furtivo, hombre que sobrevive de lo que le ofrece el monte, constituye un arquetípico personaje nacional. “Los bichos montunos son de todos y de nadie: del que los trinca. No hay castigo por matarlos”, declara Juan Lobón, ofreciendo al lector unas advertencias que se nos antojan una suerte de decálogo sobre su ilegal vida venatoria.

Esto me recuerda al furtivismo que ciertos humanos practican en el interior de Er Güishi, un furtivismo de mirada torva, un poco revirada, que tratan de aliviar con tocamientos casuales y apostura de galán de centro comercial. Tiene su gracia el verlos, sobre todo si piden un Cardhu –que se note la pasta-, mientras se acodan con cierto fatalismo en una mesa. Los hay discretos, con aura entre descarriada y lamentable, que apuran durante una hora la misma caña.

Lo decía Maese esta mañana:

- Esta semana se ha notado que es primavera. La gente está muy alterada.

Tiene, sin duda, toda la razón. Y los furtivos, que conocen bien las presas de cada temporada, se frotan las manos ante sus turbias fantasías de erotismo.

Publicidad


No me gusta nada esa bebida que anuncio por televisión. Y no es la primera vez que presto mi imagen para promocionar un producto. El año pasado, sin ir más lejos, dije: ­­“Suave y peligroso como una pantera­”. Y, efectivamente, el coche era suave y peligroso y, aunque no sepa conducir, puedo dar fe de que el coche se comportaba como una pantera, aunque vete tú a saber cómo se comportan verdaderamente esas fieras. La bebida que ahora anunció por televisión no es “antártica”, de la misma manera que no puede ser “el nuevo sabor para el nuevo refresco del siglo XXI”. A mí, desde luego, no me parece que ese brebaje absurdo vaya a tener éxito, no al menos en nuestro país, para el cual yo soy la imagen de la bebida y resulto genialmente romántico, con un elegante brillo de galán despreocupado cuyo rostro tintinea cuando revela su sonrisa maduramente joven.

Soy pura demografía. Represento a millones de ciudadanos ansiosos por acumular experiencias y, en la medida que yo puedo halagar sus insaciables egos, mi responsabilidad es indiscutible. A través de la hipocresía y la pretenciosidad del mensaje que ofrezco no cabe una posibilidad de verdad. El problema es cómo educar en la auténtica superioridad a toda esa legión empeñada en destacarse del resto. ¿Cómo ser un rebelde auténtico si una conocida marca de colonia afirma que “en ocasiones hay que ir contracorriente”? Es del todo imposible que la gente se vuelva más crítica con la cultura televisiva cuando lo grotesco es un imperativo categórico. La bebida que anuncio es mala, pero ayer el director de la campaña, eufórico, me llamó para comunicarme que quieren hacer un segundo anuncio. La bebida no se vende, pero a todos ha gustado esa imagen que ofrezco de moderno bon vivant que siempre se sale con la suya.

La bebida es rematadamente repugnante. Pese a todo, me temo, la gente tarde o temprano empezará a beberla.

En torno a Céline

“Casi todos los hombres no mueren más que en el último momento; hay algunos, en cambio, que comienzan a debatirse frente a la muerte con veinte años de anticipación, y a veces más. Estos son los desgraciados de la tierra”.
Releyendo a Céline en Ibiza, tumbado en la cama de mi cuarto, este fragmento parece una exageración, porque no parece que nadie vaya a morirse en esta isla. Suave es la noche aquí. Alzo la mirada del libro, las risas me alertan. Son las pijas con sus pareos volviendo de la playa de Las Salinas. De pronto, me encuentro ridículo. Aquí estoy, leyendo Viaje al fin de la noche mientras hay un mundo ahí fuera, lleno de risas, de cuerpos. Y yo sigo aquí, ridículo pasmarote, fija la atención sobre un libro deprimente. Qué extraño todo. Hacía tiempo que no me cercaba la soledad. Típico de mí sentirme así en los rincones felices del mundo. Ibiza no se parece a mí.


Las pijas parecen recién venidas al mundo, tal es su prístina apariencia. Las pijas tienen cuerpecitos insustanciales, blandos, apenas jaleados. Una que se llama Alicia y que se cree muy guapa –y lo es-, rabia que te rabia porque no le hago caso. Estas chicas, reflexiono, necesitan que les presten atención. Yo finjo que me interesan sus vidas, sus viajes a Gstaad, sus amores municipales. Cuando me miran, tengo la sensación de que examinan hasta el último poro de mi piel, buscando no sé que de raro en mis trazas, en mis palabras neutras. Me siento feo a su lado, yo, que de niño me alimenté con blevitt cinco cereales.

Los pijos revolotean alrededor de las pijas como pichones amaestrados. Doy con un ejemplar verdaderamente notable. Es de esa rara subespecie de pijos que simula tener esa extraordinaria disposición de la gente de mundo. Afirma ser fotógrafo, y esa es su perdición. Por la pinta podría parecerlo: bien parecido, melenita, huesudo y ese aire de elegancia despreocupada que tan bien les cae a los fotógrafos que salen en las películas. Por lo demás, bastaron dos, tres preguntas para hacerme una idea de la clase de fotógrafo que decía ser.

Un fotógrafo gallardo y postinero.

Claro que los pijos tienen trabajos importantísimos. Si trabajan en un banco, te dirán que se dedican a operar con capitales extranjeros, fondos y opciones. Son carismáticos como sólo puede serlo un cortesano y siempre quieren impresionarte con alguna anécdota ingenua, cargada de esa rancia emotividad que ponen siempre a sus cosas. Los más eran pijos que viven con sus padres en La Moraleja, de esos que van al club de golf y no se pueden creer que vivas con cuatro perras en Lavapiés. A los traidores de clase, a los que una vez vivimos en el barrio Salamanca, pero hemos desertado para engrosar las filas del lumpen proletariat, se nos tiene poco menos que por fracasados. Aunque no faltaba el pijo de Lagasca, muy repeinadito, que estila zapatos con borla (marca Sebago, y que se note bien) para trotar con su bien encerado barbour por los garitos de la Castellana. Estos últimos los tengo muy conocidos y los adoro. Lo que a uno le revienta (y uno tarda en reventar) es esa dicha en la mirada, ese brillo entre aburrido y feliz que los señala como criaturas exquisitamente mundanas.
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Regreso de Ibiza, de Eivissa, con la sensación de haberme perdido muchas cosas. Me prometían una estancia dionisíaca y me encuentro con todas las amigas de mis primos, señoritas de atención disipada, gatitas sin pedigrí a las que he observado con escandalizado asombro. Yo, que no soy ni muchos menos un moralista, me debo a las circunstancias y explicar cómo han sido estos cinco días. Mal comienzo: me dejo las gafas de sol, me dejo el bañador, me dejo el jodido traje de ojo de perdiz con el que pensaba asistir a la boda de mi primo T. Es decir, me olvido de los propósitos de un viaje que ahora se me antoja fútil, irritante. No digo que no lo haya pasado bien. Me refiero a que no he podido compartir con nadie mi descubrimiento de la isla, mi redescubrimiento de la estupidez humana en todos sus aspectos.
Ya se sabe que a las pijas no hay nada que más les guste que un chaval educado en la más exquisita fatuidad. Hablo de esa especie de pijas que se refieren a sus amigos con nombres y apellidos. “¿Has visto a Carlitos Oriol?”, pregunta una, calzados sus ternísimos pies con sandalias enjoyadas. “Ay, pues no, hija, creo está en esa cala tan mona de San Rafael”, responde la otra. Y este diálogo, que podría parecer escrito por Alfonso Ussía, se repite durante los cinco días que dura mi estancia. Las pijas se repiten mucho y he ahí la gracia de sentirte pijo, porque a los pijos les cuesta muchísimo escuchar a los demás. Hablo de los pijos que tienen novias que no trabajan (el dios católico las libre), los pijos que presumen de viajes, los pijos que sonríen por todo, porque la gravedad se sanciona con el ostracismo social.
El principio de incertidumbre de Heisenberg puede aplicarse a la antropología del pijo. Es decir, no podemos estudiar aquello que estamos observando porque al hacerlo estamos manipulando la realidad. Pero yo les juro, lectores dilectos, que he hecho lo posible por no entrometerme entre la realidad y los pijos, los pijos y la realidad. He permanecido calladito y he tomado buena nota de todo lo que les ha acontecido. Conclusión: mola ser pijo, te lo juro de verdad.
Del Diario de un muchacho de regular fortuna.

miércoles, 16 de mayo de 2007

Reunión de Vecinos

Mañana tenemos reunión de vecinos de Lavapiés. Se reúnen los vecinos con el Jefe de Policía del distrito para hablar de los problemas que nos preocupan a todos y sobre posibles soluciones. Hay quien opina que es todo una estrategia del ayuntamiento para dar la apariencia de interés, y que una vez que pasen las elecciones, ojos que no ven...
También hay opiniones de que todo esto es un plan deliberado, la teoría de la conspiración, en la que existen unos intereses ocultos detrás de esta progresiva degradación.

Personalmente, me preocupa que un barrio con tanto encanto, tanta identidad, se vea ninguneado por unos y por otros. No confío en los poderes de los organismos oficiales, sino en el poder de la unión. Los que vivimos aquí somos nosotros, y no podemos dejar nuestro bienestar en manos negligentes que obviamente no piensan hacer nada para cambiar el status quo, no sé si por votos, o por los motivos que sean. El caso es que somos mayoría los que deseamos un entorno mejor, y es hora de que dejemos de quejarnos y actuemos; no podemos seguir ignorando esta agresión continua a la comunidad. Tenemos derecho a un mundo mejor, empecemos a pequeña escala.

Hay una cita tremenda, que espero no sea del todo real: "Dios no ha muerto, ha muerto el Hombre". Con esto se plantea la muerte del espíritu en el hombre, despojado de toda voluntad, adormecida la mente por los Grandes Hermanos... Hay que despertar...

Elige: ¿la pastilla roja o la pastilla azul?

Noticias de Langley


Parapetado tras sus gafas de cristales ahumados y en un día de diario, puede parecer que Nuestro Hombre en la CIA acaba de salir de su bufete o de uno de esos babilónicos edificios que vigilan la Castellana con sus delirantes líneas que imitan un Manhattan de recortable. Jimmi, que es literalmente un hombre de mundo, prefiere estos andurriales de parte de sucesos donde el único horizonte lo señalan las meadas de ciertos individuos –los inevitables borrachos por supuesto- que gustan de miccionar en plena calle, a ser posible con la novia vigilándoles el miembro, y que bajan entre felices y tontos a codearse con la miseria –pero, ojo, sin tocar- que tanto gusta a ciertos moderniquis a la páge. A Jimmi le gusta Lavapiés por muy otras razones, que yo en seguida enumeraré:

- Las chicas, por supuesto, de las más guapas e interesantes que podría uno conocer. La mía, por supuesto, la primera. Ya habrá tiempo de escribir un post dedicado a este tema.


- Ese tempo horaciano, que tanto gusta a las personas propensas a la conversación y el cachondeo. Jimmi es más de lo que podría parecer, pero no le importa y ni siquiera lo intenta.


- Claro, Er Güishi, donde se deja caer con inesperada regularidad. Es su headquarter donde perpetra las más divertidas conspiraciones en torno a un vino de Cádiz.

Jimmi ha vivido varios años en Praga, otros tanto en Azerbaiyán, pero ha nacido en Uttica. En la actualidad, lo hace en esta antigua judería madrileña con una jovialidad típicamente estadounidense. Los fines de semana, desterrado el terno, podría parecer uno de esos jóvenes universitarios de Nueva Jersey, el estado jardín, que se sacan unos pavos pintándole la cerca de madera a la señora Peabody. Es curiosa la cantidad de películas que cuentan con un señor o señora Peabody, pero pocas, muy pocas, que hablen de gente como Jimmi.

No le cae nada bien el Memo. Esto, siendo estadounidense, no es como escupir en la calle, pues se declara republicano. Yo creo, inspirado siempre por mis fallidas intuiciones, que a Jimmi le gusta Roosevelt. En cualquier caso, lo suyo no es la política. Lo suyo es hablar en ruso a deshoras, cantar en grupos por pura diversión y bailar hasta la extenuación con P. le Grand, La Tabernera de la Isla, Mr. Brody y un servidor, como hicimos este pasado sábado en el Badulaque, en plena inauguración, y provocando de todo en el personal: cachondeo, sí; asombro, sí; pero también ese tibio rencor que proyectan a ciertas horas ciertos buitres que acechan a su presa y, tú, pedazo de cabrón, sin querer, le estás jodiendo el plan. En fin, que bailamos como bacantes en torno al fuego de la amistad, sin molestar a nadie, absortos en nuestro éxtasis dionisíaco.

Niños buenos que recuperan lejanas alegrías moviendo el esqueleto a ritmo de la Motown.

Cuando baila, Jimmi parece una estrella de rock de los sesenta: espontáneo, energético y muy osado. P. le Grand tiende más a los Clash, levantando las rodillas y meneándose desafiante ante un público femenino que alucinaba con sus evoluciones coreográficas. Por su parte, La Tabernera de la Isla, no tuvo empacho en quitarse sus sandalias para herir el suelo con pasos de corista alemana que se niega a bailar con un guapo oficial de la SS. Y qué decir de Mr. Brody, que se ha iniciado en los malos hábitos de escribir en un blog, tal vez como consecuencia de ese sábado de madrugada en que la alegría, fuerza mayor, nos deparó un buen recuerdo que aún hoy saboreamos.
Por cierto, pasen y vean el blog de Nuestro Hombre en la CIA.

lunes, 14 de mayo de 2007

Viva Star Trek

¿Qué es ser trekkie?

En algunos casos, estar un poco pirado. Para la mayoría es casi un culto, con 10 películas (la número 11 en preproducción), 5 series de la saga, y miles de libros. La peli "Héroes fuera de órbita" es una parodia muy inteligente de todo este fenómeno.

En el universo que se describe en Star Trek la Humanidad cambia radicalmente tras el Primer Contacto extraterrestre y descubrir que no estamos sólos en el universo. Es entonces cuando desaparecen las guerras, el hambre y la pobreza, el dinero deja de usarse y la Tierra forma parte de una Federación de Planetas... que bonito, ¿verdad? A algunos les sonará iluso, pero es ese idealismo el que ha atraído a generaciones de aficionados durante 40 años y seguirá haciéndolo porque el mensaje que transmite es que un mundo mejor es posible. Nuestra realidad nos lleva al desencanto y al cinismo, y nos hacen ver que el hombre es un depredador para el mismo hombre, pero en el fondo quizá todos llevemos una semilla de inocencia, el niño interior que se niega a aceptar que esto es lo que hay y no va a cambiar nunca.

Por eso prefiero ver al capitán Picard luchando contra los terroríficos Borg, o los salvajes Klingon, a Mr. Spock ejerciendo de vulcano, al capitán Archer salvando a la Tierra de los Xindi, que verme cualquier película de polis buenos y malos, mafiosos y militares americanos, que me recuerdan que vivimos en un mundo feliz atiborrados de soma.

Live long and Prosper!

(Saludo vulcano desde los tiempos de Surak)

El frenesí

Quería dejar constancia de la inauguración el pasado sábado de "El Badulaque", a cargo de mi paisana... ¡Esto es una celebración!

Las mismas caras, pero en distinto lugar; la música a cargo de Valentino, que creo que pocas veces encontrará a tan abnegado público. Nos vimos invadidos por el frenesí, nuestros pies no podían parar, cantamos, bebimos, reímos, todo con el placer de la adolescencia... y todo sin ayuda artificial, doy fé de ello. Y es que cuando la compañía es grata no hace falta nada más. Esa noche hablamos poco, cosa rara, porque mis compañeros de jarana son ávidos tertulianos; por lo que he visto, son entusiastas en todo. Es magnífico ver a alguien disfrutar sin complejos, sin tanta autoconciencia. A lo mejor la clave es dejar de pensar y actuar.

Los 4 jinetes del Apocalipsis eran : el Maestro, el Americano Ilustrado, el de Perfil Griego y el Anakin del Güishi.

Mucha suerte a mi paisana, que forma parte ya de la Comunidad de las Taberneras.

PD: para la próxima fiesta me pongo otro calzado.

V de vivienda

Salgo a las seis de Er Güishi. Subo a casa y antes de repantigarme en el sofá con un libro, me llama mi amigo Von der Quelle, miembro de la plataforma Por la Vivienda Digna.

- Están identificando a todos, aquí, delante de El Prado.

No lo dudo y llamo a mi amigo Pacino, que es fotógrafo. Juntos con nuestras respectivas, descendemos por Atocha hasta la glorieta de Carlos V. Doblamos a la izquierda, donde el McRata, y enfilamos el paseo con desconcierto. Cintas de cordón policial impiden que crucemos hasta el otro lado, pero nuestra intención es otra. Vamos a reunirnos con Jaime Matamoros, miembro muy activo de la organización. Viejo amigo, compañero de faenas más o menos periodísticas, me alegro de saber que es uno más entre estos chicos que se atreven a alzar la voz –inteligencia mediante- para protestar por lo carestía de vivienda, la precariedad laboral y el amodorramiento generalizado.

A Jaime Matamoros, pues así se llama, no le puedo ningunear con un seudónimo más o menos acertado. Ayer, como San Pedro, fue identificado tres veces por la policía. En ninguna abjuró de lo que defendía. Así que no estoy por la labor de hacer lo propio. Se llama Jaime Matamoros y es mi amigo. Así quedamos.

Nos reunimos con él poco antes de llegar a Neptuno. Apenas cincuenta locos que coreaban consignas. Demasiadas lecheras para tan poca miga, pienso. Mi perra Bonnie me acompaña, lo cual me da un aire ocasional y despistado que desconcierta a las fuerzas de seguridad. Me uno a los miembros de la plataforma como observador y simpatizante.

Hay de todo y no me atrevería a afirmar cómo son y por qué están ahí. Son cualquier cosa, menos unos desgarramantas. Están bien organizados, leen libros y se preocupan por el mundo en que viven. No se les hace mucho caso, pero ellos no cejan. No hay edad, ni nacionalidad que pueda definirlos. No son, en sentido estricto, radicales de la línea dura. Apenas un puñado de chavales reclamando que se cumpla lo que se recoge en el título I, artículo 47, de la Constitución:

- Todos los españoles tienen derecho a disfrutar de una viviendo digna y adecuada. Los poderes públicos promoverán las condiciones necesarias y establecerán las normas pertinentes para hacer efectivo este derecho, regulando la utilización del suelo de acuerdo con el interés general para impedir la especulación.

La comunidad participará en las plusvalías que genere la acción urbanística de los entes públicos.

Los únicos poderes públicos que vio el cronista llevaban lujuriosas botas militares y no hicieron otra cosa que intimidar a todo aquel que se aproximara pacíficamente hasta ellos. Pude contar más de treinta lecheras. Dos policías por manifestante y unas ganas tremendas de justificar su presencia. No obstante, los policías recibieron lo suyo:

- Vosotros también...estáis hipotecados -gritaban ocasionalmente los manifestantes.

El plan A consistía en reunirse en el Paseo del Prado. Finalmente, ante la imposibilidad de hacerlo y la estrechez de cierta acera tan cara a cierta baronesa ñoña, dispusieron de un plan B.

Me le contó Von der Quelle, un situacionista de los de verdad. Al parecer ya sabían que el plan A no iba a funcionar, así que lo emplearon como una cortina de humo. Mientras los policías hacían lo propio con los manifestantes, al mismo tiempo, frente al museo Reina Sofía, un par de chicos montaban el chiringuito. Lentamente pero con fluidez, la manifestación migró hacia allí. La policía tuvo que improvisar un nuevo cordón de seguridad. Durante el trayecto, la gente, como suele suceder, se les quedaba mirando. Ciertas miradas recorrían todo el espectro que iba de la suficiencia al sarcasmo, de la vergüenza ajena al despiste moral. Otras buscaron la cercanía, pero no quisieron o no supieron incurrir en la cordialidad. Algunos sí, como ciertos niños de padres inmigrantes que se unieron a la fiesta, algún borrachín –genius loci de la zona- y diversos espontáneos que ayudaron en la necesaria ceremonia de confusión y alegría que pronto se iba a producir.

Una fiesta democrática, antipartidista y pacífica.

Nada más llegar -Jaime Matamoros entre los primeros- comenzaron a instalar tiendas de campaña. La Delegación del Gobierno no había autorizado la manifestación, pero mi amigo, invocando el derecho a la asamblea, clavó los talones en el suelo y hablando a sus compañeros lo aclaró todo: “Lo que hacemos no es ilegal”.

Por una parte, la única excusa que podría haber tenido la policía es que obstaculizaban el paso. Ancha es Castilla y ancha es la plaza que los acogía. Los curiosos yo creo que disfrutaron del panorama, sobre todo cuando verbalmente se oponían a los celosos jayanes policiales, quienes de forma expeditiva se incautaron de todas las tiendas de campaña.

Que no, que no nos vamos.

Entonces aparecieron por allí Tip y Coll redivivos. Dos payasos callejeros que amenizaron la sentada con sus ocurrencias de clown, dos simpáticos tunantes que nos hicieron reír durante una hora y a los que se agradeció su presencia. La policía apenas intimidaba, tal era la despreocupación y el alborozo que experimentaban los manifestantes. Eran muchos, lo cual es como decir que desbarraban. Eran grandes, que es como decir que están muy bien alimentados. Lástima que se perdieran una tarde de fumbo.

Hubo un instante, apenas diez minutos, en que todo armonizaba, en que todo parecía tener un cierto sentido. Yo no sabría decir por qué era así. Sé que estos chicos tienen razón, y que son pocos. No tengo miedo a repetirme y citar otra vez a David Foster Wallace:

"Los rebeldes verdaderos, por lo que yo sé, se arriesgan a ser desaprobados. Los viejos rebeldes posmodernos se expusieron a los chillidos del asco: al horror, al disgusto, al escándalo, a la censura, las acusaciones de socialismo, anarquismo y nihilismo. Los riesgos actuales son distintos. Los nuevos rebeldes pueden ser (personas) que se expongan al bostezo, a los ojos en blanco, a la sonrisita de suficiencia, al golpecito en las costillas, a la parodia de los ironistas y al Oh, qué banal. A las acusaciones de sentimentalismo y melodrama. De exceso de credulidad. De blandura. De dejarse embaucar de buena gana por un mundo de mirones y seres acechantes que temen al miedo y al ridículo más que al encarcelamiento sumario".

No, no son rebeldes bona fide. Son, en el mejor sentido de la palabra, ciudadanos preocupados por lo que pasa. Opuestos al héroe que Otto von Bismarck (leo en el Babelia) fijó de esta manera: “Un héroe es alguien que se divierte solo”.

Ellos no quieren estar solos. Mírenlos, escúchenlos y sabrán por qué.
Así son las cosas y así no las han contado.

domingo, 13 de mayo de 2007

La catarsis de la sonrisa

Ayer el gran hacán (Alex Kidd) me animaba a vencer mi natural pudor y a participar en este blog, Ahí voy...
La Tabernera de la isla tiene una risa fresca como un campo de hierbabuena. Se le escapa un trozo de vida por la boca. Todo su cuerpo se dispone para un estallido de fuegos artificiales de carcajadas.
A veces pongo en práctica mi vocación frustada de Clown y como adolescente intentando conquistar a la granosa de sus sueños; digo algún despropósito sólamente para empezar la mañana con esa catarata de optimismo. Normalmente mis estulticias (en este blog hay que usar palabras raras...) están relacionadas con el sexo o el doble sentido de alguna palabra que retuerzo; es decir. Sólo con el sexo. (Que son las que mas le gustan a ella) pone ojillos picarones, se azora y se convulsiona...eso sí, sin dejar de picar unas papas para las mejores tortillas de Madrid. (Pero es tortilla (harina) de otro costal).
Esa energia se transmite a otras personas del bar, a veces primerizos, que en ocasiones se integran en la conversación de manera natural.
Los seres nos relacionamos mediante distintos vinculos y nosotoros hemos elegido la risa como nuestra autopista de la comunicación. Nuestra red se amplía, algunas veces he compartido con Alejandro (amigo del gran hacán) esta práctica de adolescente ingenioso que le saca punta a todo, sin herir a nadie, claro; y con aquiescencia (otro palabro) de su parte, y unas copas de más de la mía. Este tío transmite paz. Tiene una sonrisa de Gioconda que modela según el propósito, pero nunca desagrada. Puede oscilar en segundos de significar un "hijo de puta,cállate" a cuenta conmigo para lo que necesites. en múltiples ocasiones no habla, pero mira, coloca su sonrisa, y ya sabemos que nos ha entendido. Esto significa que el ser humano sigue evolucionando, y algunos, como él, no necesitan la palabra sino una torsión de labios para comunicarse. En este guiñol de "er güishi" como santuario de la risa hay muchos más personajes...pero no me quiero alargar demasiado en esta mi primera entrada en el blog. Y me bajo al bar que todavía no he recibido mi ración diaria de risas.
Alberto Alvarado

viernes, 11 de mayo de 2007

El Lido de su imaginación


A Monsieur Verdeaux uno no le deja de encontrarle talentos. Entre ellos, cabría sugerir, el de estadista nictálope y, sin proponérselo -de refilón-, dibujante maudit. Sus coños macilentos habrían conseguido la aprobación de Huysmans, pero también de Schiele y hasta del mismísimo Picasso, erotómano deliciosamente inmoral al que uno, en fin -soy tan buen chico-, no le deja de encontrar cierta malignidad.

Monsieur Verdeaux es un elegante amoral que ha renunciado a jugar con las cartas marcadas. Con P. le Grand, gran admirador de Céline –juzguen por su tatuaje-, uno puede desmadejar una conversación hasta altas horas de la madrugada, con esas dosis de complicidad que no siempre tiene que ser canalla. Uno aprende más de ellos por lo que saben callar que por lo que dicen. Y eso es bueno para todos aquellos que incurrimos lamentablemente en la charlatanería.

Repaso sus ilustraciones y encuentro tenebrosos ángulos donde surge un eros grotesco, entre alucinado y quevedesco, que invita al repaso de ciertos maestros: ahí tienen, por ejemplo, el Adán y Eva, de Durero, al que sé que admira. Monsieur Verdeaux, pese a su seudónimo, hace patente su línea más germánica en los escorzos ginecológicos de ciertas mujeres a las que les ha abandonado la belleza, pero aún retienen la impronta que esta deja en los pliegues de sus carnes flácidas. Incluso se permite ciertas licencias: bondage a la japonesa, en su variante menos cómica.

Claro, el mundo es su Gran Guiñol privado para este gondolero que navega por los turbios canales de su imaginación y en cada singladura nos trae un pequeño souvenir del País de lo Bizarro.

¿Dónde estás, Totó?

Yo quería hablar de esa pequeña alegría a la que llamaremos Dorothy. Pronto iniciará la aventura de abrir su propio bar, El Badulaque, en una línea más golfa que la del Er Güishi. Todos incurriremos, por tanto, en la excitante aventura de la migración nocturnas a deshoras. Será, digámoslo así, el R2D2 de mi garito favorito. Ella, por supuesto, es mi Obi Wan en los secretos de la camarería.

Camarera.- Mujer de más respeto entre las que sirven en las casas principales.

Aunque no sé mucho sobre su vida, Dorothy es una adorable chica mala que se roza el alma por las esquinas, con esa gracia tan de Cádiz que la elevan muy por encima de su estatura aparente. Tiene que dar buenas ostias, la tía.

Sí, este padawan de salón-comedor le debe mucho a esta niña entre asustada y peleona. Me ha enseñado a pensar con el cuerpo, a mirar por la nuca y a escuchar por el rabillo del ojo. Díganme si eso puede aprenderse en cualquier sitio y de cualquier manera. No nos pongamos estupendos, pues el mundo está falto de Yodas que no se lo crean demasiado. Ahora mismo, ya, le ponía yo piso en la Castellana, mayordomo y sirvienta.

Recado de escribir



La tabernera de la Isla (a.k.a. Madame M.) ha pedido recado de escribir electrónico. Nada me gustaría más que un día llegar a Er Güishi y pedírselo a Sigurd.

Estoy acabando Mi medio siglo se confiesa a medias, las memorias con las que César González-Ruano intentó, en vano, recomponer una figura desgastada por la desidia del trabajo en los periódicos y la cómoda servidumbre a cierto estado de cosas (Franco y el resto y lo demás).

Ruano siempre pedía recado de escribir, la mano ensortijada de dandismo, en las volubles tardes en que su escritura, genial a pesar de lo dicho, exigía al camarero papel y pluma para iniciarse en el trance de poner orden al mundo. La tabernera de la Isla es una ilustrada trekkie que se ha rebelado (y se revela) contra la impudicia de callar lo que pasa. Eso me alegra. Yo le doy recado de escribir y lo que haga falta.

He tratados con periodistas que escribían como nenazos, cortocircuitados por ese estilo, tan de revista de tendencias, que a mí, particularmente, no me dice nada. Escritores redichos, niños pera del Abc, que aún escriben palabras como arrobo, candor o guardarropía, como si en el foro aún oliera a sotana meada y en las paredes, en vez de graffitis, viéramos a San Cosme y San Damián perpetrando el estupro moral del nacionalcatolicismo. He visto a muchos que no se la cogen ni para ir a mear o, en el mejor de los casos, no se la encuentran. Otros a los que sólo les falta verles decir “mira, papito, a que te gusta”.

La Tabernera escribe como le sale, es decir, muy bien. Está más allá de ese Orión de amanerados modernos donde los rayos C no brillan como lágrimas que se pierden en la lluvia. Más bien, pienso yo (con humildad), como cagarrutas en un pozo de mierda.

PD: Si salen a la calle y se les acerca un arzobispo, tengan cuidado. Querrá hablarles de un tal Jose Antonio. Así que díganle que ustedes son evangélicos, que le joderá mucho.

Como está el patio, …ñores.

miércoles, 9 de mayo de 2007

Un muchacho de regular fortuna


Si pudieras observar algunas de mis fotografías, verías que me cuesta sonreír. No soy un tipo triste –puedo reírme por dentro-, pero la verdad es que no me sale. Por eso suelen decirme que parezco un chaval demasiado serio o, como dice mi abuela, tengo cara de zangolotino. Después de consultar la palabra en el diccionario, uno no sabe en qué quedarse, aunque me gusta pensar que soy algo más que un zascandil.

Me gustan los insultos antiguos, como zascandil o zangolotino. Suelo anotarlos en una libreta negra que el verano pasado me regaló mi tío Gunter. De joven quiso ser escritor y por eso quizá no se olvida nunca de enviarme libros al internado.Hay mucha diferencia entre soltarle gilipollas a un tío que sugerirle, por ejemplo, que es un cuelgacapas.

Mi tío Gunter es un buen tipo y dice que no escribo mal, que una vez le hizo gracia un poema que escribí en la última página de un cuaderno de matemáticas. Se lo había dedicado a una chica llamada Lucía, pero nunca me hizo caso. Mi tío dice que es bueno que siga escribiendo, que es una actividad muy noble que fascina mucho a las mujeres. Algo he leído sobre los poetas bohemios de hace un siglo, pero a mí lo de escribir no me está dando resultado. Quizá son estos granos que desde hace un año se extienden por mi cara y me hacen sentir fatal. Joder, cómo envidio a todos esos que tienen la piel perfecta y brillante. Y no aguanto las bromitas al respecto. Bastante acomplejado me siento cuando todas las noches me toca echarme crema por toda la jeta.

Aquí, en el internado, hay gente que lo tiene peor que yo. A Santaella lo llaman Caracráter porque tiene la cara hecha una pena, con granos abultadísimos y de las más variados colores. El otro día andaba rascándose y, sin querer, se le estalló uno. Fue terrible cuando un chorro de sangre negruzca salió disparado hacia la camisa de Bárbara, una de las guapas oficiales. La pobre se puso a gritar del asco que le daba. La escena fue cruel, todos ahí riéndose de Santaella, de la Santa Paella, como también le llaman. A este paso pienso que el pobre acabará suicidándose en las duchas del pabellón. Un día fijo que lo encuentran ahorcado con la corbata. Pero fijo. Hay mucho cretino que se lo pasa de miedo jodiendo al personal.

Mi abuela dice que no me preocupe. No sé si fiarme. Asegura que si me lavo todas las noches con una pastilla de jabón azufroso los granos desaparecerán. No sé si fiarme. Ahí la tengo, en el neceser, esperando refrotarse contra mi acné. Yo pienso que esta situación es pasajera y todo acabará por solucionarse. Además, pienso que hay chicas majetonas a las que no le importa una cara como la mía, aunque de momento no he tenido mucha suerte. Tengo amigas, pero siempre se las ingenian para convencerme que soy un buen amigo, un tío legal, aunque luego se enrollen con tipos imbéciles mucho menos legales que yo. No sé que pensar de todo eso. Quizá vaya mejorando con la edad y me convierta en un chico interesante. Al menos no estoy gordo y mi expresión no es del todo estúpida. Ya digo que tengo una cara un poco seria, pero nada más. Creo que lo importante es trabajar la personalidad y convertirme en todo un tipo.

El internado suele gustarle a los padres cuando lo visitan. Pueden comprobar que sus queridos vástagos viven en el mejor de los lugares posibles. Cuando ven las canchas de tenis o la pista de atletismo piensan que, además de estudiar, van a convertirse en grandes deportistas. Todo parece muy limpio, muy en su orden, sensacional. El primer día el novato también queda impresionado por la cantidad de chorradas que, ingenuamente, piensa que va a disfrutar. A los pocos días se da cuenta que le han engañado tanto a él como a sus padres: no existe ninguna cuadra con caballos y las clases de esgrima que tanto le llamaban la atención son actividades imaginarias. A principio de curso siempre hay algún D´Artagnan que anda preguntando dónde puede apuntarse para lo de la esgrima. A ese siempre lo enviamos al despacho del prefecto, quien suele explicarle que se ha confundido. Y si, por alguna razón, el chico menciona que lo ha leído en la publicidad del periódico o en los folletos que envían en verano a las familias, le dirá que se trata de un error de impresión. Todos los años siempre hay errores de este tipo, todos los años hay algún imbécil que se lo cuenta a sus padres. Pronto empiezas a desengañarte y a pensar que todo es un timo. Al mes siguiente, tras la primera evaluación académica, uno también se da cuenta de que está rodeado de tipos de la peor calaña.

¿Por qué estoy aquí? Esa pregunta me la he hecho millones de veces, todos los días desde el primero que entré. A veces pienso que simplemente dejé que ocurriera. Otras, cuando apagan la luz y no puedo dormir, que a mi familia no le quedaba otra, que la había cagado y ya era tarde para montar el numerito. En realidad, no importa mucho dónde esté. No soy el principal problema para mi familia. No ahora. Las cosas andan un poco liadas y, aunque no sé bien que va a pasar, tengo la impresión de que la cosa es bastante fuerte. A veces intento hacerme a la idea que voy a pasar aquí el resto del bachillerato. Si no consigo deprimirme, es porque todo esto me parece nuevo y, por el momento, las cosas no me van del todo mal.

Aún recuerdo la primera noche porque estuve a punto de ponerme a llorar en mi litera. Yo ocupaba la cama de abajo y, mientras pensaba en los desconocidos con los que compartía habitación, me hundía solitario en el colchón. Hasta entonces nunca me había sentido tan abandonado, tan lejos de todo lo que hasta entonces había conocido. Abría los ojos, pero la oscuridad lo cubría todo. Sólo si miraba a la puerta abierta podía alcanzar un poco de claridad. Pronto supe que nos vigilaban, que alguien recorría de un lado a otro la enorme galería, hasta que todos nos dormíamos. Lo hacían silenciosamente, de una forma que me recordaba a los asesinos enmascarados de las películas de terror. No sé cómo explicarlo, pero noté que hacían con gusto aquel trabajo de carceleros. Entretanto, me preguntaba por qué estaba allí y quién era el individuo que tenía arriba y por qué no paraba de menearse rítmicamente, aunque poco después lo supe y se me quitaron las ganas de llorar, y me quedé dormido.

Aquí, como en cualquier otro colegio, sólo se juega al fútbol, deporte que detesto con todas mis fuerzas. El futbolista tiene algo de tonto hábil, de animal amaestrado, porque no entiendo cómo puede haber un deporte que se juegue con los pies. En general odio el deporte, pero ninguno me asquea tanto como el fútbol.

El profesor de gimnasia se llama Esteban y puedo asegurarte que soy su peor alumno. Se ha acostumbrado ya a mis fingidas lesiones físicas, mis esguinces, mis fiebres, mis dolores de tripa. Siempre he pensado que los profesores de educación física son unos fracasados. La mayoría tratan de enseñarte lo que ya no pueden hacer porque son demasiado tripudos. Cómo fiarse de alguien que te pide que saltes sobre el plinto si la imagen que ofrecen es de patética gordura y oxidada flexibilidad. Esteban, por el contrario, está en perfecta forma. Me recuerda a Maradona cuando marcaba goles, quizá un poco más bajo, pero con los mismos rizos. No conozco a nadie que tenga tantos chándales. Los tienes de los todos los colores y, quizá por hábito, los lleva como si fuesen trajes de marca, como un dandi del olimpismo. Nada me gusta más que colocarme a su lado cuando me riñe, mirarle desde mi inaccesible altura y hacerle creer que soy un patoso. Creo que se da por aludido, aunque no pierde la esperanza. Siempre me está diciendo que tengo unas aptitudes excepcionales, que soy muy veloz, pero –ese es el problema, muchacho- me falta voluntad. Eso es verdad. Voluntad no tengo ninguna. Y sudar me parece una cosa horrible.

Me he escaqueado hoy de todas las clases. Estoy fingidamente enfermo, aquí en mi cama. No iré a clase de gimnasia. Ya voy por la tercera, son las tres de la tarde. Ya me vienen las ganas. Ah, queridas amigas mías…

Del Diario de un muchacho de regular fortuna

¿Yo? Que va...


Me dan cien patadas en el alma aquellos que tratan de convencerme de que nunca, por Dios -si es una mierda-, ven la televisión. Esos, sospecho, dicen odiar la televisión porque esperan demasiado de ella, o la ven y se sienten derrotados, heridos en sus cultas personalidades por haber osado encenderla. Todos ellos morirán de ironía porque dicen, y así lo señala David Foster Wallace: «¿Cómo se puede ser un iconoclasta bona fide cuando Burger King vende aros de cebolla con eslóganes como "A veces hay que romper las reglas"?».

He tomado esta reflexión de su ensayo E unibus pluram, el mejor que he leído en los últimos años sobre el particular. Depara una conclusión tan inocente como desesperada:

"Los rebeldes verdaderos, por lo que yo sé, se arriesgan a ser desaprobados. Los viejos rebeldes posmodernos se expusieron a los chillidos del asco: al horror, al disgusto, al escándalo, a la censura, las acusaciones de socialismo, anarquismo y nihilismo. Los riesgos actuales son distintos. Los nuevos rebeldes pueden ser artistas que se expongan al bostezo, a los ojos en blanco, a la sonrisita de suficiencia, al golpecito en las costillas, a la parodia de los ironistas y al oh, qué banal. A las acusaciones de sentimentalismo y melodrama. De exceso de credulidad. De blandura. De dejarse embaucar de buena gana por un mundo de mirones y seres acechantes que temen al miedo y al ridículo más que al encarcelamiento sumario".

No me gusta el esnobismo a costa de la televisión. Es un rencor muy extendido, tan manipulable como esas audiencias que esos mismos ilustrados califican de idiotas.

The rain in Spain...


«Como en España no se vive en ningún sitio», escucho con demasiada frecuencia. No me interesa la veracidad de esta afirmación –indemostrable-, sino el grado de obscena complacencia con la que alguien la pronuncia y, por supuesto, la inevitable circunstancia de fruición gastronómica que la acompaña.

martes, 8 de mayo de 2007

El Perfume

Hoy hemos visto la película "El Perfume", una coproducción europea. No he leído el libro, pero la historia me ha parecido fascinante. Inevitablemente me ha llevado a pensar en la alquimia de la cocina... He comprendido perfectamente al perfumista, su obsesión por los aromas, su compulsión involuntaria a alcanzar la perfección. A los que amamos la cocina, nos mueve asimismo una cierta obsesión por conseguir el punto perfecto, la textura ideal, un efecto concreto al paladar. Se funciona con una cierta intuición sobre los sabores que casan y los que pueden desagradar... Me alegra vivir en un país mediterráneo, donde todavía se disfrutan los placeres de la mesa, el contacto social alrededor de una comida, los placeres de los sentidos. Me encanta el placer con el que alguien describe lo que le va a hacer al rape de turno, o a las chuletitas de cordero, y cómo se anticipa al disfrute de la preparación (no menor que el del banquete). Y es que a la luz del sol, todo brilla.

Por cierto, la lengua de J. es la mejor que he probado.

Estoy atacá

Estoy atacaíta... Llego a casa y veo una facturita de Telefónica, junto con la de Ono ¿? Pues sí, la multinacional española, no contenta con habernos estafado durante 3 meses infernales de averías constantes, nos sigue facturando incluso habiendo dado de baja la línea. En el bar tuve problemas con Ono, y en la Ocu me dicen que las empresas de telefonía tienen tantas denuncias que no pueden recomendarme ninguna, no hay opciones de confianza para el consumidor. Mientras tanto, pagamos, y ellos suman beneficios.

Los bancos han aumentado las comisiones y los intereses -los de ellos, no los nuestros-, Hacienda subió el IRPF, suben alquileres e hipotecas...

Para calmarme he releído un poco a Erich Fromm, que representa para mí una luz para la mente y el alma. Cito de "El humanismo como utopía real":

"Creo que, mientras parece que este mundo nuestro enloquece y se deshumaniza, cada vez más individuos sentirán la necesidad de asociarse y colaborar con quienes comparten sus preocupaciones"

Leyendo esto me gustaría pensar que no estamos sólos. El mundo no puede quedar reducido a ésto, a aguantar y seguir adelante, cómo el buey arando el campo con su yugo en la cerviz, y aguanta, aguanta... De alguna manera podremos decir NO, soy un individuo, no un número en la cadena de montaje. Tengo ilusiones, esperanzas, tengo propósito y voluntad.

Esto me recuerda a Matrix cuando se descubre el destino de la humanidad, reducida a funcionar como baterías vivientes para alimentar a la Máquina... mmm me resulta muy familiar.

Tienes que desconectarte de la Matrix... busca a Neo.

Menú de guerra


Hoy es un día como cualquier otro, salvo por los golpes de los albañiles en mi casa. No paran. Llevan así desde las nueve de la mañana y, aunque intento disfrazar el ruido con los preludios y fugas de Bach, no consigo concentrarme. Así pues aparco la escritura de las locuciones del documental de A, y me dedico un rato a los fogones, dudando entre un cremoso bacalao al pilpil o un restallante y poco ortodoxo plato de huevos estrellados. Al final, menos convencido de lo que pensaba, aprovecho unos champiñones del día anterior y ejecuto un revuelto que me zampo con media vienesa. Como dice mi tío, «comer va cobrando sentido a partir de los cuarenta». Yo ya he cumplido los treinta, pero la gastronomía, la mera cocina de supervivencia, la gula zafia y tempranera, el ressopó de los viernes van afianzando los secretos pilares de mi paladar.

Sin embargo, releyendo La casa de Lúculo, advierto que «la edad ideal para comer es la que media entre los quince y los treinta años, y desde los cuarenta para arriba hay que dar marcha atrás». Lo que me llena de satisfacción, pues a mis treinta y uno creo que aún estoy en edad. El problema, apunta Julio Camba, es que «la edad de la comida nunca coincide con la del dinero», como es mi caso, aunque todos los viernes y todos los domingos, con eficaz puntualidad, mi querido tío Carlos solía agasajarne con los platos de algunos de los mejores restaurantes de Madrid.

Mi tío, que no alcanza a Brillat-Savarin en refinamiento, estima que la cantidad es importante. Se sitúa, por así decirlo, entre el gourmand libre de escrúpulos y el gourmet que no rechaza unas patatas fritas de freiduría bien calentitas. Como aquellas de la familia Mingoarranz que solíamos comprar los domingos por la tarde en la plaza de Felipe II, cuando era un chaval, y que hoy, grasientas y rancias, resultan decepcionantes. Es una lástima que sobre el negocio de los Mingoarranz, como en muchos otros, haya caído la maldición de la segunda generación. El sabroso aceite de oliva con que se freían entonces sus crujientes chips ha sido sustituido, intuyo, por la grasa del motor de un viejo dos caballos.

Todo joven gastrónomo que se inicia en su arte se debe a sus recuerdos lo mismo que un oficial de Napoleón se debe a Napoleón, que fue uno de los primeros genios militares en comprender el valor logístico de la patata.

Desde que Parmentier la introdujera en Francia, la patata ha avanzado una barbaridad. Tanto que la guerra que estos días se libra en Irak ha provocado curiosos cambios en ciertas nomenclaturas gastronómicas. Si es cierto que «no se puede hacer una buena política con una mala comida», como afirmaba Talleyrand, los congresistas estadounidenses, tras el feo que les han hecho los franceses en esto de la guerra, me han convencido de que son unos tipos insensibles a la delicia. Enfurruñados como niños contrariados, no han dudado en castigar al franchute: las patatas a la francesa se llaman ahora patatas a la libertad, que son las patatas fritas de toda la vida, pero aderezadas con un chorrito de doctrina Monroe y el indigesto perejil del macarthysmo. «América para los americanos», gritan hoy los estómagos del Imperio.

El Memo no sabe, aunque Alá sabe más, que las patatas son una de las armas tácticas más poderosas de la cocina occidental. Tanta importancia tienen hoy los escudos antimisiles del señor Rumsfeld como una buena guarnición de patatas. Son algo así como el arma de infantería de la cocina diaria. Y si digo esto es porque de un buen restaurante uno puede adivinar sus defectos por la manera en que el chef honra a mi querido tubérculo.

Ya lo decía el pesado de Brillat-Savarin: «El descubrimiento de un nuevo plato tiene mayor importancia para la felicidad de la humanidad que el de una nueva constelación». Pero el cielo hoy está despejado de dudas, las únicas constelaciones visibles las forman las cóncavas aeronaves del Memo: los invictos Apaches, los Blackhakws sin derribo y todo esa quincalla militar que se extiende por el desierto presagiando muertes. Muy mal lo de estos americanos, que han liado el petate sin olvidarse de sus McRatas y sus Yankees Donuts, esa repostería bastarda que desayunan los polis de las películas mientras beben su café aguado de preocupaciones. Han llevado sus multinacionales hasta la vieja Mesopotamia para que los soldados sigan sintiéndose como en casa. Caen hamburguesas sobre Bagdad, pero en España prolifera el kebab, que es un bocado infiel. Lucha intestina e intestinal del civilizaciones, que diría Huntington. Aquí mismo, en Lavapiés.

Por lo demás, la cocina estadounidense se ha inventado sus propias tradiciones. El cócteil de langosta lleva catsup y se come con pan toast, por lo que no podemos incluirlo en la categoría de plato maestro. El chop suey tampoco, por ser una mezcla de restos tan china como la paella alemana o las tarta sacher de mi pueblo. El cocinero chino es muy hermético, no está dispuesto a halagar paladares extranjeros tan fácilmente. Como en las artes marciales, los estadounidenses son los pequeños saltamontes de la cocina china. Es como si Chuck Norris anunciara el wok en la Fox a las cuatro de la madrugada, mientras al otro lado, en la Casa Blanca, absorto en sus estrategias, el Memo se atraganta con una galletita de la Nabisco: el efecto mariposa aplicado a la cocina.

Lo único estimable de la cocina tradicional estadounidense es la clam chowder, la célebre sopa de mariscos que inventaron los cólonos de Nueva Inglaterra a partir de las formas de cocina de los indios, aunque para caldo el del zortziko de kokotxas y almejas de los sabios vascos, que está para ponerle un piso en la Castellana. Cabría incluir también las contundentes judías cocidas al estilo Boston, aunque nos recuerdan mucho a las fabes asturianas. Con estos dos platos los americanos de entonces sí pudieron forjar un país como Dios manda.

El Altísimo también toma cartas en este asunto, quiero decir que sanciona el menú, pues no olvidemos que el primer pecado fue también un pecado gastronómico. Ahí está la reluciente poma, la jugosa manzana con la que elaboran el patriótico american pie, sobre cuya sofisticada teoría disertó el pulcro Kyle Machlalan en Twin Peaks.

Si Camba, que en ocasiones se equivocaba, echaba pestes del garbanzo, aunque fuera de Tolosa, yo hago lo mismo con el apio. Con este vegetal que tanto gusta a las pellejudas que practican el aeróbic, los estadounidenses fabrican la muy atroz ensalada de ave, que siempre se han imaginado muy francesa. Hoy, sacre bleu, imagino que la prefieren al estilo inglés por esas cosas raras de la diplomacia.

Pero uno sabe cómo son los ingleses. Lo único que tienen aprovechable, y aún con reparos, es el tradicional joint de buey, ternera o carnero con patatas y coles hervidas, asado en su propio jugo y sin sal. Nada comparable con el ossobuco (hueso con agujero) de ternera que tomé hace cinco años en un pueblecito del norte de Italia, país que, por otra parte, siempre pierde en las guerras con el mismo espíritu que si las hubiese ganado.

Así que tomemos al Memo, que no sabe comer, pongámoslo al lado de Blair, y su sosa cuaresma británica, y podremos hacernos una idea de cómo está siendo esta guerra: trivial desde el punto de vista estratégico; mal condimentada de tropas; y muy indigesta en lo propagandístico. «Hasta ahora», ironiza Camba, «su mayor placer gastronómico se lo ha procurado siempre la goma de mascar, y en lo porvenir...».

En lo porvenir, añado yo, no sólo masticaremos chicle, comeremos también ensaladas Waldorf, que es el plato típico de los huéspedes del hotel que lleva su nombre y que fundó John Jacob Astor, un emigrante alemán hace ya la tira de años. Puedo imaginarme alimentado de tiras crudas de pecaminosa manzana y de execrable apio, todo ello anegado en mayonesa y nueces de California. Puedo imaginar la náusea, física y existencial, que me producirá su ingesta. Seré, como describió Céline, «un muchacho sin importancia colectiva, exactamente un individuo», pero condenado de por vida al bicarbonato de sosa.

PD: Visité con Madame M. el Salón del Gourmet, que se organizaba en la Casa de Campo. Apenas oficiamos de gorrones, por ese extraño pudor que tenemos los pobres, así que nos limitamos a zampar con prudencia. No así otros, profesionales del escamoteo gastronómico, que deglutían con ritmo y furor. La gente de pasta se puede permitir estos caprichos, precisamente porque no tiene necesidad. Nosotros no. Este texto se lo dedico a ella, que acaba de estrenarse en esta divertida imprudencia que llamamos blog.

Ubi sunt?


Veía los mismos personajes por mi barrio. La primera vez que la vi pude fijarme en su tranquilos vagabundeos, sus largas y pacientes esperas en los bancos, la elegancia de su falso abrigo de piel de tigre, sus rastas salvajes, su mirada extraviada. Era negra, inmigrante, mujer y no era joven. Lo tiene difícil, pensaba. Qué es lo que hará aquí, cómo vino, dónde duerme, quién la habla. Un misterio. Es bastante probable que no pronuncie una palabra en castellano, y que esté loca. Aunque la locura sólo es un punto de vista, una mirada sin retorno, ya que es probable que esta mujer proceda de un lugar donde se mostraba enteramente cuerda. Es este lugar, este mundo que no comprende, lo que la mantiene en su laberinto en el que nadie quiere perderse. Me recuerda a mi madre.

También la vieja esa, un poco celestina, piruja, que vende abalorios. Lo hace incansablemente, a todas horas, en los bares y terrazas, con ese renquear achacoso que tienen las viejas trotadoras. De su antebrazo cuelgan como lianas decenas de collares de cuentas brillantes, pulseras y toda la ínfima quincalla de la que se provee en los cientos de tiendas al por mayor de Lavapiés. Es raro que no la vea al menos dos veces a la semana, inevitable, en algún garito, gritando el precio de su mercancía. Imagino que el negocio funciona. Ya puedo imaginármela todas las noches recontando alegre las monedas en un pequeño pisito de Embajadores -un gato es su única compañía- mientras en la cocina bulle el guiso en el puchero y la televisión escupe sus últimas novedades. Un verdadero tipo barojiano que sólo existe en la novela de este barrio descuidado, desordenado, que parece funcionar sólo.

10 REM Mi primer ordenador


20 print” En 1984, yo tenía ocho años y unas ganas tremendas de tener un ordenador. Esas máquinas no eran entonces lo que son hoy, unos cachivaches potentes, rápidos, con una capacidad de disco digna de Funes el Memorioso, el inolvidable personaje de Borges. En aquellos años no tenían disco duro y apenas servían para ejecutar juegos primitivos. Tampoco poseían sistema operativo y, cuando los encendías, lo único que aparecía en el monitor era un mensaje de bienvenida con los datos del fabricante, el año de ensamblaje y un cursor parpadeante invitándote a escribir un comando que lo sacara de su fosforescente estupefacción.

Load comillas comillas (Enter)

De esta manera se ejecutaban los programas en el ordenador de mi primo Toño, un ZX Spectrum 28k, que tenía las teclas de goma y una inveterada costumbre para colgarse en mitad de un programa. Cuando así ocurría, siempre surgía el mismo mensaje en pantalla: «Load error b». Lo que suponía que había que empezar desde el principio. Era muy tedioso cargar un programa. Aún no existía el disco flexible y había que hacerlo con cintas interminables que cargaban a la velocidad de un mono perezoso.

Mi primer ordenador, un Amstrad 472, tenía casete incorporado y no solía fallar, aunque también tardara lo suyo en ejecutar, pongamos por caso, el juego de Bruce Lee, el primero que me compré y el primero que pude haber terminado. En cualquier caso, aun siendo máquinas muy interesantes, mi generación se ha educado en los recreativos.

Estos lugares, que entonces proliferaban, viven hoy un lento pero inexorable declive. Antaño solían reunir a una clientela varia que solía practicar una suerte de culto al píxel animado. Sigurd y yo compartimos esa nostalgia de largas tardes de domingo, cien pesetas en los bolsillos, jugando al Supermario Bros. Así que me lo subo a casa y durante un par de horas –Xbox mediante- recuperamos esas tardes perdidas, gozando de nuestra puerilidad, como niños desdentados y desobedientes.

- Yo nací –perdonadme- con el Pac-Man (diría Alberti ahora).”

lunes, 7 de mayo de 2007

¿Qué es un güishi?

El uso de la palabra "güishi" es exclusivo de San Fernando dentro de la provincia de Cádiz, por eso si se pregunta a alguien de la zona, no tendrá ni idea de lo que le estás hablando a menos que sea de la Isla.

La Isla de León, San Fernando, a 10 kms de Cádiz. Los nativos somos "isleños" o "cañaíllas" (no Sanfernandinos ni nada por el estilo), y venimos de una isla, pero como somos muy sociables, nos hemos ido acercando cada vez más al continente y estamos conectados a tierra por un puente y una carretera que nos une a la capital.

Un "güishi" es una bodega de toda la vida, el bar de barrio dónde usualmente sólo se servía vino; como antiguamente se aguaba - el vino-, no estoy segura de si para hacerlo más suave al paladar o para optimizar beneficios, los parroquianos a veces se quejaban de que estaba "agüishi". El sufijo "ishi"/"ichi", común en el habla de Cádiz, actúa como una especie de diminutivo. Pues bien, tanto se aguaba el vino en las tabernas, que de tanto decir lo de "agüishi" se acabó asociándolo con las tabernas, y fieles al espíritu andaluz de economizar letras al hablar, se eliminó la "a" inicial y se redujo a "güishi" que es mucho más cortito que taberna o bodega. En la actualidad, en La Isla se llaman así sólo a los bares antiguos, los de toda la vida, donde a duras penas se ha aceptado la entrada de las mujeres porque siempre han sido el escondite preferido de los varones del lugar como en la gran mayoría de los pueblos de España. Todos sabemos que hasta hace relativamente poco tiempo, las mujeres que bebían alcohol o fumaban eran consideradas unas frescas, porque ésos eran hábitos "virilizantes". Como decía la abuela de mi amigo Jose Ramón: "los hombres tienen que oler a tabaco y a vino"...

Podía haber elegido para mi bar un nombre algo más sofisticado, o algo con más significado, pero la elección es siempre difícil. Al final lo llamé así porque al venir de una ciudad pequeña que no mucha gente conoce en Madrid, quería reivindicar algo de mi origen como bandera. El anonimato en la gran ciudad obliga a crear señas de identidad.

Ah, que conste que yo no le echo agua a nada...

jueves, 3 de mayo de 2007

¡Mi primera entrada en el blog! Y espero que me salga...

Solicito indulgencia, porque esto de escribir en el blog está resultando una ordalía... Indulgencia también ante mi escaso estilo literario, ya que lo que importa es la intención y el contenido (¿no?).

Ante todo quisiera agradecer a Alex Kidd el esfuerzo que ha hecho al crear este espacio, que en realidad es llevar un paso más allá los usuales debates en el güishi. Pasamos tan gratos momentos con nuestros clientes (separados por la barra, ojo) que se merecen un pequeño homenaje, para que quede plasmado sobre el papel virtual.

Tener un bar en Lavapiés es como poner un chiringuito en un puesto fronterizo en territorio comanche: ves de todo. Diría que un 90% bueno, un 5% malo y el otro 5% te hace empatizar con los asesinos en serie. Sobre todo en esos días que te va a bajar la regla, y que la paciencia se agota o no existe, y entonces te conviertes en el increíble Hulk, o en Darkman, (pobrecito), y vas a por sangre... es entonces cuando me siento como el Sargento de Hierro, y entiendo a Clint.

Pero ese es el Lado Oscuro de la Fuerza. Afortunadamente nuestra clientela fue a la academia de los Jedi (espero que no me lea ningún trekkie). Hay gente que viene desde que abrí el bar hace ya dos años y medio, con los que ya hay familiaridad; otros son igual de fieles pero más reservados o más tímidos, pero lo que es común a todos es el buscar un espacio público y a la vez familiar, como el salón la propia casa pero donde te reconozca alguien, porque a fin de cuentas estamos sólos. Brevemente, compartimos esa soledad en mi güishi y con ello se hace más llevadera la ciudad.

Ojito, la próxima vez habrá caña... nooo, cañas no, viciosillos!!

Blanco, europeo, heterosexual...


Si Ralph Waldo Emerson, por una buena conversación, era capaz de andar cien kilómetros en medio de un temporal de nieve; si el califa sufí Alí ben Alí pudo decir: “Una conversación sutil… ¡Ah! Eso sí es el paraíso verdadero”, nada más puede añadir quien escribe estas líneas, tras su interregno malagueño pues vuelvo espídico, casi cortocircuitado y con unas ganas de hablar terriblemente obscenas.

Ayer cerré Er Güishi y Cuáquero, con sus silencios bergmanianos, tuvo que soportar mis supuraciones mentales de recién llegado.

No podía dormir. Así que marché al Travelling, solo. Poco antes de llegar me cruce con Farouk. Cruzamos palabras rápidas, furtivas, antes de que un coche patrulla se detuviera a nuestro lado.

- Buenas noches. Identificación.

¡Gasp! No tengo identificación.

Al ver que soy nacional, los policías obvian el delicado trámite. No así con Farouk, que entrega su carné con verdadero temple diplomático.

Salvado por el racismo, pienso.

Farouk es un egipcio grande y elegante que se comporta como si llevara bien sujetas las riendas de su vida. No se alarma por la grave distinción que se acaba de producir.

Se ciernen elecciones y Espe jode lo que somos.

De rerum resaca


Escribo iluminado por las últimas brasas de la madrugada, ebrio, tras una noche de farra. No sé cómo comenzó la cosa. Estaba en Er Güishi, trabajando, y entonces llegaron ellos. Después de cerrar el bar, nos fuimos al Travelling y, después, inevitablemente, al Candela. Acabamos en casa de L., que trabaja en el CDN, bailando Ashes to ashes, de Bowie, momento en que podría haber dicho:

Para mí las únicas gentes son los locos, los que están locos por vivir, locos por hablar, locos por ser salvados, que lo desean todo al mismo tiempo, los que nunca bostezan o dicen un lugar común, y arden, arden, arden…

La cita es del varicoso Kerouac y hoy me viene que ni pintada.

Un flemático verdadero


Bajo a Er Güishi nada más abrir. Mientras me tomo mi primer café, comparece Cuáquero, con su pelo anillado, su andares parsimoniosos y su cara de buen tipo. No habla mucho. Al contrario, es de los que te escuchan de verdad y se quedan pensando un buen rato sobre la última tontería que a uno se le ha ocurrido. Toca la tuba, que es el elefante de la orquesta, aunque no esté en mi ánimo sugerir que se comporte como un paquidermo. Los lisiados, desde el punto de vista musical, ignoramos la gran verdad de los músicos, y solemos aliviar nuestra incapacidad verbalizando todo aquello que prescinda de sujeto y predicado.

Sobremesa


Mi vecino del tercero es un hebefrénico. En estos momentos puedo imaginármelo en calzoncillos, mediada la botella de whisky, meneándose delante del espejo a costa de Bruce Springsteen. Suena The river, pero antes lo hacía Born in the USA, lo cual indica que se halla en uno de esos episódicos arrebatos de épica doméstica a la que nadie del vecindario es ajeno. Le gusta hacerse oír y acostumbra a cagarse en mis muertos después de saludarme en las escaleras. Yo aviso, porque cualquier día de estos me golpea con un extintor y aparezco, lívido –es decir, amoratado-, en mi última actuación final: retorcido como un pajarito frito en el rellano de mi casa, con esa armoniosa estampa que ofrecen los muertos aún jóvenes.

Es un caso este vecino mío.

Le perdono con soberbia indulgencia, como lo hacía Ralph Fiennes en La lista de Schindler, como un pantocrátor pagado de mí mismo. O como un narcotraficante mexicano: Pinche, cabrón: ahí te mato.

Así que me bajo con Bonnie un rato a Er Güishi, para dejar de escuchar las evoluciones etílicas y musicales del susodicho. Y allí, durante un par de horas, hablo con P. le Grand y Sigurd. Y me lo paso bien, muy bien.