martes, 24 de abril de 2007

Diaristas a media tarde


Sustituyo a Sigurd un par de horas, de tres a cinco, un lunes. Es un turno tranquilo, pero cualquiera sabe. Er Güishi suele tener días maníaco-depresivos y, por lo tanto, puede entrar de pronto una horda de estudiantes camastrones y joderte un inspiradísimo instante de vagabundeo mental. Afortunadamente, no ocurre nada de esto. La clientela entra y sale con fluidez, salvo por dos chicas habituales que se pasan dos horas escribiendo lo que, intuyo, puede ser un diario.

Yo miento sistemáticamente en todos mis diarios. Jamás he sido capaz de cumplir con los rigurosos controles burocráticos que uno debe establecer consigo mismo. Para empezar, en España, hasta hace muy poco tiempo, apenas se publicaban diarios. Los más leídos en este país deben de ser los que viene escribiendo Trapiello desde hace años y que cumplidamente publica cada año (con un desfase de cinco años desde lo vivido). Es un tipo de diario literario absolutamente personal, machadiano y con ese punto justo de mala baba que lo convierten, sotto voce, en crítica de costumbres o libelo difamatorio (cuando se ensaña con un personaje de la vida literaria). Los míos siempre me han quedado excesivamente existencialistas, quizá porque en mi caso no he necesitado nunca la pose de literato en ciernes al que le invade el ennui paseando por las orillas del Sena.

Si estaría dispuesto, vencidas un par de décadas, ponerme a escribir sobre lo recordado. Pero cumplir día a día con mis menudencias, eso sí que no. Uno debe reconocer que su vida no da mucho de sí.

Las mujeres, que están más acostumbradas a traficar con sus propias emociones, parecen que son capaces de sostener el frágil equilibrio del diario. Lo pueden hacer en cualquier momento, como ayer lo hacían estas dos chicas, con ese misterioso ritual que consiste en sacar la libreta, sostener con cierta gracia un bolígrafo y contemplar sus musarañas interiores con perfecta -y casi diría estética- convicción.

La gente de Er Güishi es muy leída. Es muy habitual en su interior el intercambio de libros, cuando no de opiniones. Y es también muy escribidora. A media tarde es el momento perfecto: la luz, cambiante, entra en el interior con esa gracia de película independiente, a la que suele acompañar una música a tono, generalmente ecléctica, actualizada, pero sin ser forzosamente cool. Ayer, por hacer la prueba, quise ayudarles a entrar en el trance de la escritura, ya que las veía mirar demasiado por la ventana, así que les puse uno de los melancólicos discos de Sigur Ros. En seguida volvieron a sus oceánicas corrientes interiores, con armoniosa entrega a su trabajo. No quiero decir que esto realmente pasara así, sino que me gusta imaginármelo.

Una de ellas, la de la esquina, parecía más concentrada. Me habría gustado penetrar en su secreto, escuchar la voz con la que se habla cada día, pero conozco el caso de un amigo que violó la intimidad de una novia y le salieron unos cuernos de florida e infiel prosa que aún debe llevar con vergüenza. Me alejo, pues, de estas pretensiones y me limito a imaginar un probable pasaje:

En fin, chica, parece que por fin lo hemos conseguido -me imagino que emplea la primera persona del plural, variante esquizofrénica-. Ya hemos montado la obra con los chicos de la sala Triángulo. Me encanta la agudeza de Miriam, sobre todo porque ha demostrado ser una directora comprensiva, aunque no acabe de gustarme la idea de que en el último acto, después del genocidio intrauterino, tengamos que bailar una polca atadas a unas poleas. Creo que debemos de alejarnos del hembrismo castrador y apostar por un teatro menos sofisticado, donde puedan escucharse todas las voces.

Por cierto, Raúl, siempre tan mono, me ha traído el libro de Artaud del que me habló en el ensayo anterior. Lástima que siga emperrado en seguir con su novia. Si no fuera porque mi chico aún vive en mi casa, me lo subía una tarde para que me hiciera un buen pespunte.

Y qué decir de mi madre, la pobre. Anoche me llamó angustiada porque papá la llamó a última hora. Tiene mucho trabajo, me dice, pero yo sé que está con otra. En fin, yo no sé qué quiere, si comprobar, efectivamente, que está con una golfa, o aliviar su aburrimiento con teorías conspiratorias. A papá, la verdad sea dicha, no le veo yo muy cristiano, con esa cara de bobo que se le está poniendo. Esta cada vez más pavisoso y ya no se arregla tanto como antes…