jueves, 19 de abril de 2007

Amor y caroteno


Quizá el asunto más grave –que suene un solo de trombones- si hablamos de Er Güishi. Este baya roja, de bruñida superficie, es el secreto a voces del foro. Delicadamente rallado por las solícitas manos de sus camareros, el tomate es la dulce savia de la parroquia, el reactivo del atípico, dentro del madrileñismo oficial, mollete de Cádiz.

Suele pasar, cuando alguien entra por primera vez, que se te quede mirando cuando te encuentras en el trance de estar rallando algo más de cuatro kilos de tomates. Lo hacen como si te hubieran condenado a galeras. Pero no es verdad. Cuando uno ya se ha ventilado un par de kilos, a uno le entra ese no sé qué suelen experimentar, dicen, los tiradores de arco zen o ciertos adictos a los videojuegos cuando derrotan al final boss de la última fase.

Cuando uno ralla tomate, uno se relaja, mira a su alrededor, observa al personal y, si le apetece, puede dedicarse a pasear su mente por el laberinto de contradicciones de la vida. El tomate, para que el lo come, es alimento físico. Para el que lo ralla…

Ah, el que lo ralla…

El que lo ralla está como en la cumbre, en plan Zaratustra, en íntima comunión consigo mismo.