jueves, 19 de abril de 2007

Sobre Robert Crumb


Hablando con P. de Robert Crumb, a propósito de la contracultura, me entero de que el creador de Mr. Natural solía masturbarse pensando en Bugs Bunny. Esto me recuerda a la lejana época del internado, cuando uno de mis compañeros –que el destino lo proteja de las malas fantasías- , venía a hablarme angustiado de un sueño recurrente que lo mantenía en vilo desde hacía semanas. La cosa, desde luego, parecía preocupante, dada mi edad y su evidente angst existencial. Aún yo no había superado esa etapa tan lírica en que uno alterna la lectura de Herman Hesse y las caóticas sesiones de amor intrapersonal en la cima de una litera.

- Yo no me masturbo. Me hago el amor a mí mismo –escuché hace poco en una película.

El caso es que mi amigo, macho alfa de la manada, al que envidiaba sus patillas de zarzuela y la elegante caída de un providencial mechón de pelo negro, gustaba de hacérselo en sueños con una de las maduras cocineras del internado. Esto lo turbaba en exceso, me contaba, porque no bastaba que la poco agraciada señora tuviera el rostro marcado de verrugas o fuera desabrida y fondona. El problema es que disfrutaba en grado sumo en sus incontroladas poluciones nocturnas de tan extraordinaria musa masturbatoria. Yo nunca supe decirle qué solución hubiese podido adoptar, bastante tenía ya con beneficiarme en sueños a la que por entonces era su novia.

Si algo no ha enseñado Crumb, es que uno ha de ser fiel a sus propios gustos y no dejarse llevar por el gusto ajeno. Y esto, precisamente, va dirigido a ciertas mujeres que aún no se han convencido de que:

A) Es distinto mirar con los ojos que hacerlo con las manos. (Woody Allen decía que le gustaría reencarnarse en las yemas de los dedos de Warren Beatty).

B) Las gordas tienen su encanto y, además, se lo curran.

C) Kate Moss es un pellejuda y, sí, en las fotos muy bien. Pero cómete sus neuras de gatita sin pedigrí.

D) Lo que nos atrae, en definitiva, no es un cuerpo más o menos deseable, sino la peligrosa aventura de satisfacer nuestro propio narcisismo.

Durante una temporada, el libro que causaba sensación en el internado era el Informe Hite de Sexualidad Femenina. Libro que en mí causó un poderoso efecto de introspección personal y, por lo demás, suscitó interesantes debates entre la henchida (de amor) colmena de zánganos que lo sobeteaban. Por supuesto, el capítulo más consultado se refería al porcentaje total de mujeres que se tocaban justo ahí.

El libro, un esfuerzo estadístico inédito hasta la fecha de su publicación, fue expuesto a nuestras torpes demostraciones. Trabajo de campo, diríamos ahora. Con ser uno persona poco espontánea, me abstuve de poner en práctica las precipitadas conclusiones de mis compañeros. Los necios son los primeros en caer y más de uno, guiado por mentes malintencionadas, llegó a pedir en la farmacia del pueblo clorhidrato de yohimbina.

- Sí, para que no se te apalanque la novia –te decían, como supurando.

A Robert Crumb le gustaban grandotas y culonas, velludas, despectivas y un poco cochinas. Cosa que está muy bien, si uno se toma la molestia de ir por libre y ver la vida por “el lado radiante”, como diría nuestro Santo Tomás de Aquino de la edad lisérgica.