El periódico es la vesícula biliar del Er Güishi. No interviene en los grandes procesos de conversación, pero ayuda a desencadenarlos. Por esta razón, al periódico se lo maltrata inconscientemente. Es una pena leer un periódico arrugado, lleno de manchurrones de aceite, que se desarma cuando lo abres para leer la columna de Herman Terstch. Todos los días el mismo periódico acaba con la tipografía entre desmayada y satisfecha, tras un largo y fatigoso día sometido al arbitrio de la parroquia. Es una pena que no se le reconozca su abnegada disposición.
No sé quién decía –ni si tiene razón- que un periódico debe tardar en leerse lo que duran un café y una ración de porras. En esta plaza, por la que pasan gente varia y de pacífica condición –salvo raras excepciones-, el periódico es el alivio más rápido de una espera, el adorno en la pose del intelectual con gafitas de DG, la ilusión de una tarde en el cine (“Venga, a ver qué ponen”), o el dramático repaso de una actualidad que no muchos entendemos. En fin, el periódico en muchas ocasiones no contiene periodismo, sino conversación a punto de ser liberada de la fotomecánica.
El periódico, en verdad, necesita que lo traten con desdén, pues se comporta como una señorita de moral distraída. Suele dejarse ver en la esquina de la barra, sugerente –sobre todo si es pronto y todavía luce- con ese cara de encontradizo que lo convierte también en un pícaro –cuando no lo encuentras- o simplemente desleal –si se ha sido con otro y te guiña una o.
En Er Güishi, que para muchos estudiantes es –en espíritu- la diligente patrona de una pensión, no se sirven ni churros ni porras. Este hecho incrementa el tiempo de lectura del periódico, pues los molletes que se sirven en el tráfago de la barra, con su impaciente tiempo de elaboración, se emplatan al cuarto de hora de ser solicitados por la clientela. Esto, sin duda, redunda en el nivel educativo del país, los índices de lectura y un incremento de la paranoia en torno a ciertas teorías de la conspiración, que suelen idear algunos personajes muy impresionables.
Addenda:
En esta sanguinaria tarea de escribir (como diría, con exactitud, Pla), uno debe plantearse ciertas cosas: tono, estilo, etc. La prosa le sale a cada uno como mejor sabe. Puede ser divertida, pero no una rave party, así que aclararé que mi propósito no es otro que la pura y ociosa divagación, salpicada de chismes y anécdotas, y que no haga sangre. En cualquier caso, hay que combatir la propia tontería. Es la primera obligación del que escribe. Por otro lado, debo reconocer mi deuda con ciertos escritores a los que admiro –sean del signo político que sean- y a los que, en cierta forma, homenajeo. De estos, y para el caso de este blog, debo mucho a Eugenio Montes, Manuel Chaves Nogales –quizá el mejor autor de reportajes a la europea de la primera mitad del siglo XX- y, por supuesto, el gran Julio Camba. Cada autor, decía Borges, suele “crear a sus precursores”. Yo me atengo a los que más saben. Y simplemente aprendo.
No sé quién decía –ni si tiene razón- que un periódico debe tardar en leerse lo que duran un café y una ración de porras. En esta plaza, por la que pasan gente varia y de pacífica condición –salvo raras excepciones-, el periódico es el alivio más rápido de una espera, el adorno en la pose del intelectual con gafitas de DG, la ilusión de una tarde en el cine (“Venga, a ver qué ponen”), o el dramático repaso de una actualidad que no muchos entendemos. En fin, el periódico en muchas ocasiones no contiene periodismo, sino conversación a punto de ser liberada de la fotomecánica.
El periódico, en verdad, necesita que lo traten con desdén, pues se comporta como una señorita de moral distraída. Suele dejarse ver en la esquina de la barra, sugerente –sobre todo si es pronto y todavía luce- con ese cara de encontradizo que lo convierte también en un pícaro –cuando no lo encuentras- o simplemente desleal –si se ha sido con otro y te guiña una o.
En Er Güishi, que para muchos estudiantes es –en espíritu- la diligente patrona de una pensión, no se sirven ni churros ni porras. Este hecho incrementa el tiempo de lectura del periódico, pues los molletes que se sirven en el tráfago de la barra, con su impaciente tiempo de elaboración, se emplatan al cuarto de hora de ser solicitados por la clientela. Esto, sin duda, redunda en el nivel educativo del país, los índices de lectura y un incremento de la paranoia en torno a ciertas teorías de la conspiración, que suelen idear algunos personajes muy impresionables.
Addenda:
En esta sanguinaria tarea de escribir (como diría, con exactitud, Pla), uno debe plantearse ciertas cosas: tono, estilo, etc. La prosa le sale a cada uno como mejor sabe. Puede ser divertida, pero no una rave party, así que aclararé que mi propósito no es otro que la pura y ociosa divagación, salpicada de chismes y anécdotas, y que no haga sangre. En cualquier caso, hay que combatir la propia tontería. Es la primera obligación del que escribe. Por otro lado, debo reconocer mi deuda con ciertos escritores a los que admiro –sean del signo político que sean- y a los que, en cierta forma, homenajeo. De estos, y para el caso de este blog, debo mucho a Eugenio Montes, Manuel Chaves Nogales –quizá el mejor autor de reportajes a la europea de la primera mitad del siglo XX- y, por supuesto, el gran Julio Camba. Cada autor, decía Borges, suele “crear a sus precursores”. Yo me atengo a los que más saben. Y simplemente aprendo.