lunes, 23 de abril de 2007

El hortera


Conversando con Madame M. sobre la elegancia, me animo a rescatar un lejano texto que bien podría resumir parte de lo que hablamos:

La elegancia, afirma Carlos Pujol, siempre es antigua. La elegancia se tiene o no se tiene o, en el mejor de los casos, podemos advertirla, nunca nos es mostrada directamente. En el vestirse, mostrarse en exceso confirma nuestra desnudez esencial. Por eso sorprende la apariencia de algunos pisaverdes vestidos a la última. Acaparan todas las estridencias posibles para demostrarnos, precisamente, que nosotros no somos elegantes. Si visten de estreno, peor, porque confirman sus vanas preocupaciones: esa arruga insoportable en el pantalón que en vano tratan de rectificar, la mancha que afea el empeine de unos zapatos descarados, la amistosa pelusa que se aposenta en la manga de la camisa. Así van construyéndose una elegancia torpe y arrogante que los convence de su superioridad metafísica.
Ayer, jueves de primavera, se paseaba por la calle con la airosa cadencia de un macarra. Americana blanca, camisa negra, tejanos ajustados, zapatos blancos de punta…Un caso. Su anatomía, muy similar a la de los grandes simios africanos, mostraba todas sus limitaciones: cogote nervioso, manos brutales, piernas zambas que parecían avanzar a toque de corneta. Iba de estreno.

Los dandis ingleses jamás estrenaban un traje.