lunes, 16 de abril de 2007

Sin trompetas ni tambores


Llega siempre más o menos a su hora, a las once de la mañana. Aún están húmedos los dos mechones que condecoran su frente despejada cuando se siente a la barra, pide un café americano y abre el periódico, una excusa, un parapeto, detrás del cual se esconde un hábil observador de lo que sucede en Er Güishi. Nunca levanta la voz, ni imposta ese tono apodíctico –tan frecuente en uno- que harían imposible esas trazas de bodhi municipal y un poco descreído. Hay que reconocer que su conversación es siempre animada, parsimoniosa, porque sabe prescindir del detalle cargante y del axioma traído por los pelos. En eso, pienso, se parece un poco a cierto tipo de personaje de Cèline.

Se llama Maese y su magnitud se mide más por lo que calla, que por lo que podría, si le apeteciera, soltarle a uno. Discreto y jovial, como a mí me suelen gustar. Y sabe continuar una conversación ahí donde se quedó anteayer.

Hoy por la mañana, café mediante, le cuento mis impresiones de Domicilio conyugal, de Truffaut, porque me recuerda un poco al Antoine Doinel del principio de la película. La comparación no es total, pues Álex, que acaba de comprarse un piso con su novia, no es el veleidoso aspirante a escritor que, poco a poco, se va aburguesando, se lía con una misteriosa pero finalmente tediosa japonesa y se da cuenta –horror- de que la vida de pareja puede ser muy aburrida.

Maese, como yo, está viviendo una peripecia vital fascinante. Ambos tenemos novia; ambos nos sentimos cómodos con nuestras respectivas barraganas –la legítima, sin estas casados- y ya no sentimos –al menos yo lo veo así- esa vanidosa urgencia por ligotear indiscriminadamente. Hombre, mirar claro que miramos, pero como el que codicia un DVD en la Fnac y no tiene dinero. Sin urgencia y con muy liviano desdén.

¿Dónde nos hemos metido? –podríamos decir.

PD: Muy estimulante la aparición del Mr. Hulot (Tati) en una escena de la película de Domicilio conyugal. Lo cual me hace pensar que Lavapiés es un poco como el París de Mi tío: lleno de perros que golfean, personajes arquetípicos y aceras a rebosar de brío y mundanidad. También de carteristas estrangulables y odiosos.