martes, 26 de junio de 2007

Segundo Caballero Mongoloide


Si es verdad, como dice Zaplana, que la vicepresidenta primera se disfraza, entonces el parlamento es un carnaval perpetuo en el que sus señorías bailan entre chanzas y cuchufletas. Cada uno viste el traje que mejor le cae –no hay rebajas y uno no puede arreglarse el dobladillo-, así que no hay motivo para reprocharle a Zaplana los cuellos de camisa, tan distinguidos, que estrangulan la bilis negra que chorrea por esa corbata arrogante de encargado de planta del Corte Inglés.

Zaplana es un señorito valenciano que ha venido a la capital a presumir de huerta. Le falta el puro (en este país tuvimos un presidente que fumaba como un carretero), un puro que en según qué circunstancias podría ser presuntuoso si el que lo enciende lo emboca como un jugador de póker. A mí me gustaban más los que se encendía al final de cada episodio Hannibal Smith o los que se petaba Paul Newman en El Golpe. Son puros con gracejo, vitales, que amplían con su humo una atmósfera de jovialidad.

Zaplana es un personaje desagradable cuya cinética nos recuerda a la de un capitán de caballería en época de paz. Mientras los ejércitos forjaron los estados nacionales, los impetuosos húsares solían bailar con la tabernera guapa; los de infantería ligaban menos que un vampiro mellado. El mundo ha funcionado así siempre, aproximadamente. Y es así que Zaplana se ha calado el cólbec y se ha metido un pañuelo en la bocamanga. Es un húsar de sable pulido, un poco trapisonda, que se lo pasa estupendamente con ciertas señoras de Serrano, a las que todos los domingos, sin faltar, les prepara una buena paella.

El moreno de su piel bien hidratada –quizá huela a Varon Dandy- lo emparenta con Arenas, que ya ha perdido ese lustre sensual de las pieles tersas y equilibradas, acaso porque ha alcanzado tal punto de flacidez que la piel parece ya congestionada. Y qué decir de su pelo, de capitán de alevines, cresta de sus afamadas seducciones, pendón de altos designios judiciales, que lo convierten en el guapote que todos los veranos nos quitaba la novia, él, que podría estar con todas.


Por este motivo, solicitamos su ingreso en la muy alta orden de los Caballeros Mongoloides, con la distinción de Gran Húsar de Navalcarnero.

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