miércoles, 13 de junio de 2007

McLeod


A primera vista, con esa mirada impertinente tan propia de las mentes apresuradas, McLeod resulta fosco. Con el trato uno luego va suavizando sus primeras impresiones hasta que descubre a un buenazo de voz implacable y turbia, más propia de un estibador que de un esforzado padre de una niña educadísima. Es lo que tiene este tipo al que sólo le falta blandir una claymore en las habituales verbenas dialécticas de Er Güishi. En ocasiones, es necesario desjarretar a ciertos mamarrachos con la fría hoja de la displicencia, cosa que McLeod, con ternura brutal, sabe hacer muy bien. Carece de crueldad, pero ojo con aquellos que osen visitar el centro histórico de sus sacrosantos cojones. En un aviso para todos aquellos cuelgacapas comunitarios que piensan que aquí, lejos de papá, pueden practicar una bohemia en plan erasmus, sin un duro y modales de forajido. A esos nos lo queremos, por mucho que se pongan a practicar capoeira para impresionar a las chicas guapas. Y muchos menos si organizan penosas batucadas con los barriles de cerveza. No confundamos el buen rollo con la mala educación, señores.

Por lo demás, McLeod tiene un discurso coherente, veteado de hallazgos sorprendentes, que aportan más por lo que informan que por lo que a primera vista podrían sugerir. Hablen con él. Aprenderán a callar y a desprenderse de la asquerosa costra de los prejuicios.

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